Una probadita de nuestra desnuda realidad

Como una verdadera jauría se le fueron encima opinadores, comentaristas, analistas, estudiosos y expertos a Enrique Peña Nieto, el día que se le ocurrió comentar en una entrevista que, a su modo de ver, la corrupción en la sociedad mexicana era algo así como un problema «cultural».

Digamos que, en nuestras tradiciones y costumbres de vida, la corrupción estaba presente; cada uno de nosotros lo llevaría dentro arraigado. No se refería solamente a los servidores públicos, sino a la sociedad en general que, por lo general, aceptaría la idea popular aquella de que «el que no transa, no avanza». De ahí, señalaba, la complejidad para su combate y erradicación.

 

A una sola voz, la mayoría de la sociedad «educada» se rasgó las vestiduras, señalando con dedo flamígero al «desvergonzado» declarante que, a su modo de ver, con esta declaración pretendía, si no justificar, si diluir esa perniciosa imagen de corrupción que ya caracterizaba en el ánimo popular a su gobierno. Creo que este reclamo social tenía razón de ser.

 

Esta anécdota fue lo primero que me vino a la mente hace algunos días, al leer en algún diario mexicano, la nota en la que se trata la publicación de los resultados de un estudio denominado Honestidad cívica en el mundo («Civic honesty around the globe»). En dicho estudio, publicado en la revista Science, se llevó a cabo un experimento basado en la experiencia de devolver o no carteras que se dejaban «extraviadas» intencionalmente.

 

Para ello, se distribuyeron más de 17,000 billeteras que contenían varias sumas de dinero en 355 ciudades de 40 países, con el propósito de observar cuántas eran devueltas. El experimento consiste en utilizar billeteras transparentes (con el propósito de hacer evidente su contenido) en dos situaciones: sin dinero y con 13.45 dólares. Adicionalmente, las billeteras contenían tres tarjetas de presentación con el nombre y contacto del propietario ficticio, una lista de compras y una llave.
Asistentes involucrados en la investigación, reportaban una cartera «perdida» a un empleado en el mostrador de una tienda o un banco, solicitando apoyo para localizar al propietario, ya que, supuestamente, ellos no tenían tiempo de hacerlo. Durante el experimento, se entregaron más de 17,000 billeteras en instituciones públicas y privadas, y el equipo midió si los empleados hicieron contacto a través del correo o teléfono de la tarjeta para devolver las billeteras. La tasa de devolución promedio en el mundo fue de 40% cuando las carteras no tenían dinero y 51% cuando tenían dinero.
Los resultados muestran que los ciudadanos tenían una mayor probabilidad de reportar las billeteras perdidas que contenían dinero que aquellas sin dinero. Así mimso, los investigadores observaron este patrón en 38 de los 40 países estudiados. En promedio, agregar dinero a la billetera aumenta la probabilidad de que se devolviera, dado que aquel que la encuentra, se siente más culpable si existe dinero involucrado. Los primeros lugares del estudio, Dinamarca, Suecia y Nueva Zelanda tuvieron tasas de retorno superiores al 80%.
Sin embargo, las excepciones mas notables fueron México y Perú, con Perú como el país con menos devoluciones, y México como el país en donde se devolvieron más carteras vacías que billeteras con dinero. Sólo 18% de las carteras con dinero fueron devueltas en México; estas contenían 105 pesos (la cantidad ajustada por poder de paridad de compra), mientras que 24% de las carteras vacías fueron devueltas, resultado opuesto al de los demás países del estudio. Este experimento se realizó en las ciudades de Chihuahua, Guadalajara, León, Mérida, Ciudad de México, Monterrey, Puebla y Tijuana. En Perú, los resultados son más bajos, pero la baja devolución de las carteras no dependió del contenido, ya que sólo 13% regresó billeteras con dinero y 14% devolvió las vacías.

 

La honestidad tiene poco que ver con variables como el PIB o la riqueza individual. En cambio, instituciones políticas inclusivas, el sistema educativo y los valores culturales que enfatizan las normas colectivas se asocian positivamente con las tasas de honestidad cívica. Estos son componentes del capital social que permite las relaciones a largo plazo y la confianza entre los individuos.

 

Una de las explicaciones en el artículo señala que el costo de percibirse a sí mismo y ante la sociedad como un ladrón aumenta con la cantidad de dinero en la billetera. Los investigadores repitieron el experimento aumentando la cantidad de dinero a 94.15 dólares solamente en Estados Unidos, Gran Bretaña y Polonia. En esta ocasión, las tasas de devolución aumentaron.

 

Para los investigadores, el incentivo económico dentro de la billetera tuvo poco que ver con la honestidad. Si bien este estudio no niega que el interés propio es uno de los supuestos de la economía clásica, busca incorporar la honestidad dentro de un concepto más amplio del capital social, en donde los individuos calculan los beneficios de comportarse de manera honesta en sus relaciones sociales.

 

Vale la pena adentrarse y tomar nota de resultados como los del estudio en cuestión, si de verdad queremos modificar positivamente el entorno social en el que nos desarrollamos. A mi parecer, el problema tiene mucho que ver con los incentivos perversos que están a nuestro alrededor constantemente.

 

La impunidad y la ausencia de un estado de derecho verdadero y vigente en cada rincón y en cada momento de nuestra vida, en poco ayudan para que nos comportemos con mayor honestidad. En este espacio ya hemos comentado lo curioso que resulta observar cómo, cuando la ley no es negociable o no existe impunidad, nuestras conductas son muy diferentes. Ahí está el caso del alcoholímetro o de las fotomultas, en donde nada es «negociable». O incluso la actitud de un mexicano en otro país, en donde sabe que no podrá eludir la pena por infligir la ley. O sea que. A lo mejor nuestra naturaleza «en bruto» no ayuda, pero para eso están las leyes, la educación y la aplicación ciega de la justicia.