Las malas decisiones económicas de López Obrador hunden a México

Carlos Loret de Mola A., The Washington Post.-El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), llegó al poder con una idea fija en la cabeza: por décadas, los gobiernos entregaron el patrimonio nacional a empresas privadas y por eso los ricos terminaron siendo más ricos y los pobres, más pobres.

A partir de esta convicción ha tomado decisiones que le han costado a México crecimiento económico, empleos, huida de capitales, atractivo como destino de inversión y miles de millones de dólares en indemnizaciones y renegociaciones. AMLO tiene un profundo desdén por la tecnología, la ciencia y la técnica. Prefiere lo antiguo y lo que le dicta su intuición, que lo moderno (sobre todo si está probado con análisis).

El más reciente golpe a la economía, aprobado el viernes 19 en comisiones de la Cámara de Diputados, es una reforma que implica desconocer contratos celebrados con empresas privadas para la generación de energía eléctrica, y privilegiar la —más cara y más sucia— generación que realiza la empresa paraestatal Comisión Federal de Electricidad.

Con estos “palos de ciego”, como los definió Carlos Urzúa, el primer secretario de Hacienda de AMLO —quien duró solo medio año en el cargo y renunció asustado por lo que vio—, se pueden establecer cuáles son los preceptos que dicta su política económica.

El primero es la sustitución de la iniciativa privada por el Estado. AMLO desconfía de los empresarios. Para él, el éxito económico privado es sinónimo de corrupción. Sean compañías trasnacionales u hombres de negocios con nombre y apellido, el presidente los ve como abusivos y el Estado debe de recuperar lo que saquearon. Tiene a un puñado de consentidos, y con los demás ha establecido una relación en la que los extorsiona y les exige pagar más impuestos, o los amenaza con congelarles las cuentas bancarias.

En el fondo hay un esfuerzo por regresar al Estado obeso que hace todo: extrae petróleo, construye aeropuertos, trenes, refinerías, genera energía eléctrica. Y no necesita de nadie más porque, desde su punto de vista, el gobierno lo hace mejor que la iniciativa privada.

Sin embargo, la economía mexicana depende en gran parte del capital privado —80% de la inversión en promedio, contra 20% del gobierno—, y esta hostilidad y cambio de reglas ha generado un desplome en la inversión: 22 meses consecutivos a la baja en su comparación anual. Antes de la pandemia, en 2019, la economía se contrajo 0.1% —el peor año desde 2009— ante las malas señales enviadas desde el gobierno.

Otro precepto del presidente es que no se rige por las métricas internacionalmente aceptadas. Considera que las mediciones como el Producto Interno Bruto (PIB), pobreza, empleo y demás, no reflejan la realidad. Cuestionado sobre los pobres números que ha dejado su administración, prefiere descalificar a las agencias calificadoras e impulsar la creación de nuevos índices: en vez de calcular el crecimiento del PIB, estimar el aumento de la felicidad en la población.

Además, su manejo fiscal es completamente neoliberal. Si bien su actuación en todos los frentes económicos busca explícitamente romper con el neoliberalismo, su manejo del presupuesto dice lo contrario. No quiere déficit público y defiende eso a costa de generar más pobres. En medio de la pandemia, el de México fue de los gobiernos del mundo que menos apoyo financiero dio a sus ciudadanos para aliviar el golpe económico: menos de 1% del PIB. Se ubicó en el número 83 de 84 países, solo arriba de Uganda, en una lista del Fondo Monetario Internacional. Todo por no endeudarse. La consecuencia: en México habrá 10 millones más de personas en pobreza extrema tras la pandemia.

AMLO se debate entre el amor y el odio con el libre comercio. Desde su campaña presidencial, respaldó y apostó decididamente por la aprobación del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Extraño para un hombre que en el discurso fustiga la globalización y lloriquea ante los abusos económicos de las potencias. El T-MEC le permite a México colgarse de la economía estadounidense para salir de la crisis. Eso le encanta al presidente. Lo que no le gusta es que el propio tratado contempla mecanismos de protección a las inversiones privadas que pueden frenar su apetito estatizador. El T-MEC es para AMLO un útil aliado y un molesto contrapeso.

El presidente dice que el suyo es un nuevo modelo económico, pero es más bien una vieja receta heredada del Partido Revolucionario Institucional hace medio siglo. Él asegura que va a rendir frutos, que terminará beneficiando al país, sobre todo a los que menos tienen, y que si hay problemas es porque las resistencias neoliberales están tratando de impedir la transformación que él encabeza. El primer año obradorista, 2019, fue de aguas tranquilas a nivel internacional. El segundo año, el de la pandemia, fue de aguas turbulentas. En ninguno de los dos le fue bien al barco. Su carta de navegación no funcionó para el buen tiempo ni para el malo. Deberá hacer un mucho mejor trabajo para no hundir el barco en estos cuatro años que le quedan.

 

Jamileth