La etapa del ¿Por qué?». Autor: Víctor Hugo Hernández Cedillo.

Cuando entré con mi hijo al Estadio de las Chivas me sentí, por única vez en la vida, que él me llevaba a mí…

Al ver el recinto, no pudo contener la emoción. Hizo lo mismo, como cuando lo llevo a los juegos, al cine o a los museos. Sujetó mi mano y jaló de mí para correr hacía la entrada. Hasta entonces yo siempre lo había llevado a estadios como el Azteca, el de CU y al Azul; su andar en esos lugares era lento, podría decirse que hasta temeroso. Casi como si yo lo estuviera jalando a él para que entrara de manera obligada. Pero esta vez estábamos en otra Ciudad y en un nuevo estadio, yo lo había invitado y él feliz; me sentí responsable y orgulloso de su comodidad. Descubrí que mi hijo estaba emocionado y a la vez lleno de dudas. Parecía inquieto.

Mi pequeño rojiblanco miraba todo, no perdía detalle de nada, simulaba como si estuviera grabando las imágenes de lo que veía para guardarlas en su memoria. Él no podía entender la parsimonia de la gente que hacía fila para entrar, fue entonces, cuándo empezó con las preguntas:

– «¿Por qué nadie empuja a nadie?», me preguntó con asombro. «¿Por qué no nos empujan, Papá?», me decía. «¿Por qué desde que llegamos nadie tocaba el claxon como desquiciado?, ¿Por qué nadie se acercaba al auto para decirnos que nos guarda el auto en su casa que usa como estacionamiento?, ¿Por qué aquí en este estadio no se paga estacionamiento?, ¿Por qué aquí no veo que alguno de amarillo le robe la billetera a alguien?, ¿Por qué luce limpio este estadio y los de allá, basura por todos lados?, ¿Por qué este lugar se ve algo sagrado y los de allá se ven tenebrosos?, ¿Por qué este estadio es de primer mundo y los de allá parecen pocilgas?, ¿Por qué aquí no huele a smog y a orines como en el azteca?».

Mi hijo me cuestionaba todo esto con admiración primermundista, con extrañeza y a la vez con disgusto. Siguieron las preguntas:

– «¿Por qué aquí vienen mujeres de cara bonita y en el azteca hay muchas de amarillo que parecen molestas, enojadas?, ¿Por qué aquí parece todo armonioso y allá parece que en cualquier momento alguien se va a pelear?, ¿Por qué allá me tomas fuerte de la mano y aquí, hasta me dejas libre para correr?, ¿Por qué no tenemos allá este lindo estadio, Papá, dime por qué?, Aquí las mujeres vienen solas, demuestran seguridad y parecen libres, allá tienen que ir con hombres para sentirse protegidas y las tienen que agarrar fortísimo del brazo, así como tú me agarras a mí».

Mi hijo estaba descubriendo algo nuevo, algo de primer mundo. Parecía que no lo callaba ni con un snickers, ni con una maruchan. De repente…, vio la cancha. Quedó inmóvil. Le vi taciturno y pensativo. Capté ese momento con la cámara. Seguido, vinieron a mí las dudas y los cuestionamientos, como si él me hubiese pasado la estafeta de las preguntas:

– «¿Qué pensará?, ¿Querrá jugar en esta cancha para las Chivas?, ¿Estará respondiéndose a sí mismo sus preguntas?, ¿Escribirá algún día, sobre el Club Guadalajara?, ¿Será portero, defensa central, medio o delantero del Equipo más Mexicano?, ¿Seguirá preguntándose por qué allá lo aíslo de las groserías de la gente de amarillo?, ¿Qué nuevas dudas tendrá?».

Las preguntas de mi mente se detuvieron justo cuando después de unos segundos de quedarse callado y sin moverse, él dijo: «Gracias por traerme, papi». Yo le respondí: «De nada, hijo. Y espera a que salga el equipo a la cancha y más cuando escuches la canción de ‘Guadalajara, Guadalajara’, entonces te darás cuenta de lo que significa ser mexicano y del orgullo que se siente portar la playera que traes puesta, quizá se disipen algunas de tus dudas».

Quizá me adelanté, porque cuando empezó el partido, le surgieron otras dudas:

«¿Aquí también aventarán papelitos cuando meta gol Chivas?, ¿Aquí se escucharán más los cánticos para Chivas por ser su casa, así como se escuchan en los estadios de allá?, ¿Por qué aquí no gritan malas palabrotas, Papá?, ¿Por qué aquí no avientan agua de dudosa procedencia?, ¿Aquí no se bajan a la cancha los seudo aficionados para detener partidos?, ¿Aquí no hay gente mala, que grite: «vamos américa»?, «¿Aquí no hay porros como en CU?, ¿Monterrey es todavía más equipo chico que tigres?».

A la mitad del primer tiempo le pregunté por qué miraba tanto el césped verde, y me dijo:

– «Es muy lindo y brilloso. Parece alfombra. Todo está increíble.

¡Gracias, papi!»

En ese momento yo me sentí el hombre más afortunado del mundo.

Al ir saliendo del estadio, después de comprar un refresco para mi hijo; un rojiblanco me alcanzó y me dio un billete de 200 pesos, muy seguro me dijo:

«Toma, se te cayeron allá», -señaló con su dedo índice-. Le agradecí la acción, pero más le agradecí porque me ayudó, por medio de una gran acción, a encontrar las respuestas que buscaba para mi pequeño preguntón.

Mi hijo vio tan grande y muy noble el gesto de aquel buen rojiblanco, que no fue necesario explicarle, sólo dijo:

«No papi. Esta vez no te preguntaré: ¿por qué aquel buen hombre hizo eso? Ahora entiendo todo…, ya no tengo dudas, todas mis preguntas se basan en una sola respuesta:

¡¡¡Porque esto es Chivas!!!», se respondió…

Twitter: @Vichhc