EL CLIMA PENITENCIAL DE LA CUARESMA

EL CLIMA PENITENCIAL DE LA CUARESMA

COMPARTIENDO DIÁLOGOS CONMIGO MISMO

(El Poder Celestial tiene apetito de nuestra fe y nuestro corazón es su casa. Cultivemos la pasión por el amor de amar amor, sin reserva alguna. Bebamos del Altísimo, observémosle y sigámosle con los distintivos pasos de nuestro poso viviente. Entonces comprenderemos el valor del sufrimiento, entregándonos a nosotros mismos, sin reservas, al Ser Supremo y al prójimo. Será un modo de purificar el santuario de nuestra propia identidad, activando el culto a la mística fervorosa y abandonando el mercado prosaico).

I.- NOS ASISTE A QUE PERSISTA;

EL TEMPLO DIVINO DEL CUERPO CON ALMA

Jesús expulsa del cuerpo lo confuso,

echa con temple al perverso de casa,

aparta al maligno de sus vías santas,

desaloja lo desalmado y aloja la paz,

con un resucitar glorioso e inmortal.

Con la caída de nuestros patriarcas,

el trabajo se transformó en angustia,

en sangre, sudor y lágrimas perenes,

pero el proyecto celeste se perpetua,

mantiene inalterado su valor y valía.

El mismo Hijo de Dios, haciéndose

análogo en todo a nosotros cada día,

se hizo visible en las tareas obreras,

mostrándose como un operario más,

como el renuevo feliz del carpintero.

II.- NOS AMPARA A QUE PERMANEZCA;

EL AUTÉNTICO ITINERARIO ESPIRITUAL DEL ALMA

Este tiempo cuaresmal que vivimos,

nos pone en ruta hacia el Redentor,

su presencia nos forma y transforma,

nos estimula a buscarle y rebuscarle,

pues Dios tiene sed de nuestra sed.

Hay que volver a la palabra etérea,

retornar a la práctica que nos vive,

volver a revolvernos contra el vicio,

reaparecer y aparecer en fidelidad,

para vivificar las obras del Creador.

Estamos en el momento del cambio,

de aprender a reprendernos para sí,

de superar nuestra pereza espiritual,

de ponernos en acción cada aurora,

para escuchar al Señor y alcanzarle.

III.- NOS AYUDA A QUE PERDURE;

EL SOSIEGO OMNIPOTENTE EN EL ALMA

Los preceptos de Cristo son justos,

hasta entusiasmarnos internamente,

y ponernos a reposar aguas adentro,

sólo hay que dejarse tutelar por Él,

el único Salvador de cada persona.

Pongamos orden en nuestra vereda,

tomemos la consigna de recrearnos,

de crecer en la quietud donándonos,

de menguar las miserias mundanas,

y así dar paso al curso de la gracia.

Morir a sí mismo para vivir en Dios,

es la procesión ascética de lo justo;

un combate sin pausa que nos vive,

para oponernos al mal con el bien,

y a la ficción con la cura de verdad.

Víctor CORCOBA HERRERO corcoba@telefonica.net

02 de marzo de 2024.-