“Alucines”

“Alucines”

Arena suelta

Por Tayde González Arias

Lo primero que aprendimos entre hablar y escribir fue el habla, por lo que se supone tendríamos que tener un avance significativo en la riqueza de nuestro lenguaje, sobre todo al considerar que los conocimientos ancestrales y demás lecciones de vida las aprendimos escuchando y luego reproduciendo cierta cantidad de palabras.

Aunque fue hasta la primaria, en donde se supone que debíamos aprender todos a escribir, para entonces ya sabíamos pronunciar claro o más o menos claro nuestro nombre y las primeras palabras.

La evolución del habla, debía estar más que pulida; perfeccionada de tal suerte que no

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sólo repitieran lo que escuchábamos, sino que además aprendiéramos en la escuela nuevas palabras las integramos a nuestro lenguaje y nos hiciéramos entender cada vez mejor.

Sin embargo, lejos de acercarnos o rodearnos de aquellas y/o aquellos que nos puedan abonar a nuestro lenguaje, nos hemos sumido en la reducción, en usar muy pocas palabras y repetir los mismo de siempre, de tal suerte que cada que se respira se mientan madres, se “gueyea”, o se usan otras palabras groseras a diestra y siniestra, lo que demuestra que lejos de evolucionar, más bien se involuciona y se reduce al mínimo nuestro léxico.

Los medios de comunicación que servir para pulir el lenguaje lo prostituyeron, y lo minimizaron tanto que nos hicieron creer que para darnos entender teníamos que evitar el lenguaje técnico o especializado, que es o era natural y mejor tutear, ser igualdad y ahora caer en la jerga común y corriente para caer bien o entrar a cualquier círculo social.

Las redes sociales que obligaron a usar pocas letras para las publicaciones, no tomaron tan inmaduros para su uso y tan torpes para su funcionalidad real, que mejor les quitamos letras al que, al por qué o al para qué, y ahora una siempre k, lo dice todo. Nunca pudimos estar peor para considerar que las letras se pueden sustituir y que todo es mejor a base de pseudo siglas o palabras cortas.

Ciertamente, que ser claro no es malo, no que el usar más palabras para decir algo sencillo sea bueno. Pues debemos ser claros, pero hay que hacerlo con palabras adecuadas que exhiban el uso de la riqueza del lenguaje con la que contamos, y no que se note la ignorancia al hablar o escribir.

Nunca tuvo más valor la frase, que dice “dime cómo hablas y te diré quien eres” y que se completa con un “dime cómo escribes y te diré quién eres” y es que, no es alguien que se prepare el que es incapaz de entablar una conversación de tres o cuatro minutos repitiendo las mismas malas palabras, ni alguien culto que no sepa lo que signifique, léxico, fonética o gramática; por ejemplo.

Que los jóvenes hoy adapten palabras como «alucín», «buchón o buchona», outfit o aesthetic, puede no estar mal, pero no saber qué es dicción, lucidez o democracia, sí es preocupante.

Hacen falta ofrecer programas de calidad, urgen más bibliotecas y menos bares, más compromiso en las escuelas y formación en literatura, artes y el español, así como de historia y formación cívica que recuerden que hay palabras que no pasan de moda, y que las modas o modismos, han de sumarse y no suplir lo que con tanto cuidado se ha construido en la riqueza del lenguaje.

Los padres, han de cuidar de sus hijos para que lo que vean en la televisión, los amigos que frecuentan o los que puedan leer, abone a que en el presente y el futuro nos podamos entender hablando y no peleándonos, como dijo Ocampo.