UN HOMBRE Y UNA LEYENDA. Homenaje al León de las Montañas en el 152 aniversario de su natalicio. Samuel Ruiz Madrigal.
Cronista Vitalicio de Zitácuaro
Por la Anaccim.
I El Hombre.S
Nací el 6 de diciembre de 1865, en Nopala, población del enorme estado de México en esa época, (actualmente del estado de Hidalgo).
Mis padres fueron muy pobres, por eso nunca se preocuparon de que fuera a la escuela, su prioridad, sobrevivir, y yo tuve que trabajar muy joven, de tal suerte que nunca supe leer ni escribir.
Ya grandecito tuve que entrarle duro a las labores del campo, abandoné ese trabajo y aprendí el oficio de tejedor, para esto dejé mi tierra natal viniéndome al centro del país, entrando como operario a la fábrica de mantas Molino Blanco, estuve también laborando en ocasiones en la fábrica de Río Hondo, la Colmena.
Ya para esos años se respiraba un aire tenso, se hablaba de una Guerra entre liberales y conservadores, la Guerra de Reforma, sin embargo estos comentarios para mi eran ajenos, pero que lejos estaba de imaginar que tomaría parte activa de ésta.
Un acontecimiento imprevisto cambió mi destino, en una ocasión, a principios de 1858, me encontraba en una fiesta en Molino Viejo, junto con unos amigos-no lejos de Tlalnepantla.-entre copa y copa y risas. Un amigo ofendió a otro y con los ánimos caldeados y el desacuerdo se rompió la armonía, un panadero y yo nos enfrascamos en un combate y como resultado, le causé al panadero una herida., al ver correr la sangre, la camaradería se desbordó y fue un corredero, temerosos de vernos envueltos en un conflicto judicial.
Eché a correr lejos del sitio y creyéndome a salvo, noté que en sentido contario venían dos hombres a caballo, pensé que eran la autoridad y aceleré mi carrera para esconderme, de pronto a lo lejos, vi a un hombre de aspecto humilde con dos caballos y sin pensarlo más, le quité la rienda de uno de los caballos y monté sobre éste, el hombre sorprendido por la acción no hizo nada, y así me alejé rápidamente internándome en campos y barrancos.
Luego de deambular algunos días desfallecido, hambriento y con un pie dislocado, entré una noche en Atizapán, ahí me enteré que el individuo al que había herido estaba bien y que mis amigos me buscaban, pero también; era acusado de robo por Don Manuel de Echávarri, el dueño del caballo que robé.
Mi ánimo decayó al enterarme, ahora estaba acusado de robo, y una noche salí de ahí para incorporarme a una fuerza liberal, así me presenté en el Ajusco a las órdenes del guerrillero Aureliano Rivera, quien me recibió en sus filas y al poco tiempo me hizo alférez.
Pronto me distinguí por mi valor y arrojo en combate en la Guerra de Reforma, consideré que ésta había terminado, regresé de ella templado por el fragor de las batallas y después de la acción de Calpulalpan, retorné a la vida privada, cuando de pronto, los nubarrones de la intervención francesa nos alcanzaron y algo en mi interior me decía, que debía participar en esa lucha, que lejos estaba también de imaginar, que estaría en las abruptas sierras de Michoacán.
II La intervención francesa.
La intervención francesa amenazadora y terrible, vino pronto y me vi obligado a tomar nuevamente las armas, en un principio mi lucha fue contra los reaccionarios, que operaban en distintos sitios, Negrete por Villa del Carbón, Buitrón por el Monte de las Cruces, Cajiga y otros jefes reaccionarios, tenían en zozobra a los pueblos, éstos pidieron ayuda al Gobierno Federal o cuando menos que los protegiesen.
El Gobierno que conocía mi popularidad, solicitó mi ayuda, dándome órdenes de levantar un escuadrón por el rumbo de Tlalnepantla, Cuautitlán, Jilotepec y Zumpango, y así a la brevedad reuní 30 hombres.
Una de mis primeras acciones fue enfrentarme contra el reaccionario Patricio Granados, que estaba al frente de 150 hombres, sin temor alguno y con mis 30 valerosos efectivos, me lancé de manera intrépida, venciendo por la inesperada acción y la sorpresa, derrotando así a los reaccionarios.
Conforme a las órdenes, cumplí mi encomienda de batir a los opositores, entretanto la guerra de intervención se había formalizado y el oriente de la República era el centro de operaciones y hacia allá me dirigí, participé en la batalla del 5 de mayo de 1862 en Puebla, pocos saben de mi valentía y arrojo en esa memorable batalla, junto con los demás chinacos rechazamos victoriosamente a la división de Lorenzes.
Más delante me dirigí al estado de México y en Tula reuní un grupo de valientes, empecé a utilizar con ellos la táctica de guerra de guerrillas, que me dio numerosos dividendos favorables. Pero con esta táctica muchos me confundieron con una mezcla de patriota y bandolero, sin embargo; siempre me conduje con lealtad a mi patria.
Les voy a mencionar un episodio, poco conocido, que me ocurrió en Tepotzotlán con el sanguinario Catarino Fragoso, sostuve una lucha personal con él, resulté vencedor, esta acción motivó que varios soldados de su guerrilla desertaran y se pasaran bajo mis órdenes.
Claro que no siempre salí victorioso, una ocasión en Ixmiquilpan, la guerrilla de Fragoso me ocasionó ciertos descalabros, pero lejos de amedrentarme surgí con más bríos, me dirigí a San Pedro Tlahuilipin, reuní una docena de rancheros fuertes, bravos y bien armados, y volví en son de guerra a Ixmiquilpan, ataqué a Fragoso y recobré mi guerrilla.
Luego de este suceso me interné en el estado de Hidalgo, uniéndome al Coronel Baltazar Téllez, con quien sufrimos una derrota en las lomas de Apulco; rápidamente rehíce mis fuerzas y a los pocos días, tomé desquite de aquel acontecimiento.
En varias ocasiones ataqué a carruajes del ejército francés y a sus escoltas, pronto las desarmamos y derrotamos, también los dejé en libertad, así era de noble y generoso.
Otra ocasión ataqué con mis guerrillas un convoy en las inmediaciones de Calpulalpan, también los derrotamos y desarmamos en esa ocasión, tomamos un paño rojo, con el cual nos hicimos camisas y se nos conoció por este atuendo como “Los Colorados de Romero”.
III Entre lagos azules y verdes árboles. (Mi llegada a Michoacán).
Para esa época de mi vida, tenía cerca de 36 años, estatura mediana, complexión dura y vigorosa, pelo corto, ojos pardos, facciones comunes y bigote negro, y mi tez de un pálido moreno, más bien parecía cura de pueblo que guerrillero, usaba pantalón, chaleco y chaqueta de una misma tela y un mismo color, gris o negro, en el sombrero llevaba una cinta angosta de plata y un cordón plateado alrededor de la copa. Para ese momento era ya un consumado jinete.
Bajo las órdenes del Gral. Riva Palacio llegué a Zitácuaro, nido de águilas y guarida de leones,-Zitácuaro, en ese entonces era llamada “Ciudad de Independencia”, según el decreto de 1858, que le habían dado por ser cuna del Gobierno independiente, en ese tiempo la ciudad tenía unas cuantas calles, las que recorrí innumerables veces, además conocí muy bien el hospital, porque fui a visitar a uno de mis muchachos cuando estuvo herido, la casa municipal estaba frente al jardín, en ella en muchas ocasiones nos reunimos con el prefecto y las autoridades del pueblo, el jardín o plaza de la
Constitución estaba muy bonito y con muchos árboles, hice de Zitácuaro mi cuartel general- entonces recibí indicaciones de pelear, en la región limítrofe de los estados de México y Michoacán, luego de luchar junto a la Guardia Nacional del Prefecto Crescencio Morales, en la región de Toluca, me enamoré del paisaje de verdes árboles y azules y cristalinas aguas, me gustó mucho la montaña, fue a partir de esa época que me conocieron como “El león de la Montaña”, y así desde esa región en que hice mi campamento, tuve varios combates que me dieron renombre como en Tulillo, San Felipe del Obraje, Atlacomulco, Zitácuaro, (tomado en julio de 1864), por Riva Palacio. Almoloya de Juárez, Hacienda de Ayala, Venta del Aire, Cerro del Salitre, Guanoro, Piedra Mala, Las Panochas, San Antonio del Llano, la Garita y otros pueblos.
A principios de 1865, me hallaba en Zitácuaro, descansando de las expediciones anteriores, cuando recibí órdenes de marchar a Tacámbaro, en donde se encontraba el cuartel general de las tropas republicanas. Pero casi al mismo tiempo de recibir la orden, recibí comunicación de que una columna francesa se acercaba a Zitácuaro en mi busca, salí de la población y en las inmediaciones me batí con los franceses, a la mañana siguiente salí rumbo a Tacámbaro por el camino de Laureles, avancé cerca de treinta leguas en cuatro días.
En Tuzantla, supe que De Portier no cejaba en su búsqueda de mi persona, sin embargo; decidí darles un descanso a mis tropas, haciéndolo en la ranchería de Papatzindán, que era un lugar paradisiaco con aguas puras y claras, un verdadero deleite para mis tropas, que muchas veces habían bebido aguas encharcadas.
¡Ah, que descanso! en medio del fragor de la lucha, aposté a varios centinelas para reposar, mientras los demás soldados desmontaron y cambiaron a sus cabalgaduras, desmonté del caballo y lo desensillé proponiéndome descansar, confiado en que De Portier no llegaría, por lo abrupto del terreno y el clima cálido.
Los franceses nos sorprendieron y vislumbré que todo estaba perdido, aun así traté de escapar, me subí a un árbol para ocultarme y después seguir, además, la dislocación que años atrás había sufrido, nuevamente apareció, por su parte los zuavos ya no buscaban enemigos, lo que querían eran descansar de la lucha y hacer su almuerzo y cuál no sería mi sorpresa, que acamparon al pie del árbol donde yo estaba.
No podía hacer nada desde mi lugar, únicamente verlos, uno de ellos se dedicó a perseguir un gallo para el almuerzo, el gallo se escapaba provocando la risa de los demás, pero con asombro y sorpresa, vi que el gallo voló hacía donde yo estaba, y el francés que perseguía al gallo me descubrió.
De inmediato se olvidó del gallo, llamó a los demás y rápidamente me rodearon con sus armas y así quedé convertido en prisionero de guerra.
IV Mi crepúsculo.
El 16 de febrero de 1865, llegué a México en compañía de diez soldados que habían escapado a la masacre de Papatzindán, todos fuimos entregados a la Corte Marcial para juicio, cuya misión era condenarnos a muerte, la población se enteró y rápido varios simpatizaron conmigo, pero eso no mejoró mi suerte.
El 17 de marzo la gente se aglutinaba en la calle de San Juan de Letrán y entraban al tribunal para saber la suerte de nosotros, los prisioneros.
La Corte Marcial decidió en definitiva, su acostumbrada sentencia de muerte en contra mía y de mis compañeros, el Comandante Higinio Álvarez, el alférez Encarnación Rojas y el sargento Roque Pérez.
Al día siguiente, 18 de marzo, seriamos pasados por las armas a las seis treinta de la mañana en la plaza de Mixcalco, siendo consumado el sacrificio, ahí quedé, el hijo de los humildes padres, el tejedor, el analfabeta y luchador patriota.
Nunca me rendí, ni ante el pelotón de fusilamiento mostré temor alguno, me mantuve sereno e impasible y luego de la descarga que segó mi vida, fui colocado en un tosco ataúd, junto con mis amigos de lucha nos sepultaron en el Panteón de Santa Paula, mi esposa pudo ver en el cementerio la tierra removida y así saber en dónde fui enterrado.
V.-La Leyenda.
Ese mismo día, 18 de marzo de 1865, nació alrededor de mi persona, la leyenda, para unos fui un héroe, para otros un bandolero, en fin; que la historia me juzgue, de lo que sí sé y estoy convencido, es que siempre luché con valor y patriotismo en defensa de mi patria, sé que aún hace falta mucho conocimiento de mi vida y mi actuación, fui “Nicolás Romero, el intrépido Chinaco, naciendo en torno mío, la leyenda que dice: el “León de la Montaña, el arquetipo de los Chinacos que siempre vestí de negro y en mis manos una lanza con la que…..
Colofón.
Desde donde estoy en el panteón de los héroes, en compañía de otros grandes que amaron a México, observamos que nuestros nombres se les han otorgado a Instituciones educativas, poblaciones, calles, entidades federativas, asociaciones y uno que otro mortal lleva nuestro nombre; en las largas pláticas del descanso eterno, que tenemos los partícipes y protagonistas de los diferentes momentos de la historia, ya sea de la Independencia, la Reforma o la Revolución, sin dejar de mencionar las intervenciones de los Estados Unidos o de Francia.
Siempre nos planteamos las siguientes interrogantes ¿realmente nos conocerán las nuevas generaciones? ¿Enseñarán la verdadera historia de la Patria que construimos y por la cual dimos nuestra sangre y aún la vida?
Nosotros los que luchamos y ofrendamos nuestra existencia, por una Patria libre e independiente, llegamos a la conclusión que no deseamos bronces ni monumentos, lo que deseamos es que México sea un País Soberano y para lo cual: ¡México necesita conocer su Historia!
Bibliografía.
Liberales ilustres Mexicanos de la Reforma e intervención Francesa. Daniel Cabrera Editor, México, 1890.
Ruiz, Eduardo, Historia de la Guerra de intervención en Michoacán, Balsal Editores, Morelia, Mich, 1969.
R. MAYER, Roberto. Poblaciones Mexicanas, planos y panoramas siglos XVI al XIX. Smurfit, Cartón y Papel de México, México, D.F.1998.
Archivo Particular, Samuel Ruiz M. Exp. Nicolás Romero.