POR:TAYDE GONZÁLEZ ARIAS, ARENA SUELTA: SIN TECHO Y SIN IDENTIDAD

Las brechas de desigualdad que existen en el mundo, por años, si no es por la misma historia del hombre, se ha caracterizado por separar por clases sociales, dado por sexo, color, religión, y estatus económico, en éste último es más que marcado, es evidente el hambre, respecto a la opulencia. Pues si hay quienes poseen grandes riquezas, es innegable la existencia de las y los que viven debajo de un puente o simplemente en cualquier esquina, sobre todo aquellas que cuentan con algún resquicio, hueco o hasta en las afueras de las estaciones del Metro en las ciudades. Se les puede ver en las calles donde lo mismo piden limosna, limpian parabrisas, recolectan plástico, cartón u ofrecen ayuda ocasional a algún negocio.

Son la llamada población callejera, indigentes para efectos de cifras o estudios sobre pobreza o simplemente los invisibles para el mundo que los rodea, incluidas las autoridades, quienes ni siquiera cuentan con cifras oficiales y menos una ley que los proteja o les garantice un techo, alimento o hasta el derecho a la identidad.

Es penoso que en nuestro país no exista un padrón ni cifras oficiales sobre esta población invisible, aunque para el 2019 se hablara de cerca de 15 millones de indigentes en México, según cifras de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, por sus siglas CEPAL. La indigencia es un fenómeno global donde la discriminación actúa con toda su fuerza. Quienes viven en condiciones de calle sufren la intemperie, la calle, la violencia institucional en detenciones arbitrarias y maltratos de policías y ciudadanos, además no tienen acceso a ningún tipo de política pública.

Si alguien no tiene derechos en este país, son los grupos humanos sin techo, simplemente por no contar con un domicilio ni documentos de identidad, quedan al margen de toda política pública dirigida a las poblaciones más vulnerables. Y es que al no tener identidad, ellos muchas veces no tienen acceso a servicios médicos, o incluso a poder laborar por no contar con documentos de identificación personal, lo que les obliga a subemplearse por sueldos incluso por abajo del mínimo, aun cuando cuente con preparación académica.

El Estado mexicano debe garantizar el derecho a la identidad y que el domicilio no sea un obstáculo para que este sector de la población acceda a sus derechos humanos. Recordemos además, que entre los sin techo, todavía hay los más vulnerables entre los vulnerables por su naturaleza al ser niños, niñas, mujeres, adultos mayores, personas con discapacidad y también familias, que han encontrado en las calles una alternativa de sobrevivencia.

Los indigentes, no son un fenómeno pasajero, ni nuevo, pero si olvidado y sin atención, bien porque no aportan votos a los candidatos en campaña, o porque se nos olvidó que no todos corremos la misma suerte en ésta vida. Atender a los que sin hablar piden ayudar, ofrecer un plato de comida a quienes en su rostro muestran hambre, es un acto de humanidad y obligación de cuanta persona habita el mundo.

Hacer frente a la pobreza, debe ser tarea primera en cualquier agenda de gobierno, pero a su vez la voluntad de la sociedad en general, que cuente con los recursos, para ayudar a otros a llevar una vida digna.

Respecto a la identidad, en nuestro país, el artículo 4to. de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, establece que toda persona tiene derecho a la identidad y a ser registrado de manera inmediata a su nacimiento, además de que el Estado garantizará el cumplimiento de estos derechos y la autoridad competente expedirá gratuitamente la primera copia certificada del acta de nacimiento, por lo que hace falta que las oficinas del registro civil dejen de ser sillas y escritorios, y pasen al trabajo de campo, y juntos a otras dependencias como las de salud, las de desarrollo de la familia o del bienestar, se organicen en brigadas para salir a identificar a esas personas o gentes que no son beneficiadas con un teléfono inteligente, ni internet, y viven sin saber siquiera, que existen programas que pudieran apoyarles.

También para las oficinas de Derechos Humanos hay trabajo que hacer, posiblemente, los nuevos tiempos, exigen “Godinez”, más sensibles que puedan ir a la calle a ver lo que pasa y las maneras de ayudar, y no esperar sentados en sus oficinas, a que llegue una solicitud, una vez que todavía, y vergonzosamente hay personas que no saben leer ni escribir, y que mueren de hambre.

Para muchos es más fácil referirnos a las personas que viven en la calle, de niños de la calle, vagos, vagabundos, limosneros, entre otras denominaciones con una “carga negativa intrínseca”, y es más fácil, lavarnos las manos, dando una moneda, o ignorando las historias detrás de cada uno, pero son sólo paliativos, la verdadera cura aún no la han puesto en marcha quienes deben, porque no les conviene, porque es mucho trabajo o porque no les interesa.