POR TAYDE GONZÁLEZ ARIAS. ARENA SUELTA: EN GUERRA
Las dimensiones de la actualidad rebasan prácticamente cualquier expectativa de evolución para la mejora de las prácticas sociales, pues se esperaría que fuésemos hombres y mujeres dotados de simpatías y asertividad una vez que, debido a la cantidad de sangre derramada en guerras locales y mundiales, se debieron superar rencillas, confusiones o discrepancias.
Se espera desde las más básicas conductas que una vez que se superó un conflicto se puede llegar a la sana convivencia, sin embargo, las secuelas que quedan por la falta de voluntad de otorgar el perdón se convierten en rencor que es el cáncer imposible de tratar y que afecta como gran bacteria o virus a gran parte de la humanidad.
La resiliencia debe ser la práctica constante y voraz en los hogares en los que padres que han cambiado el amarse o hablarse por odiarse y no dirigirse la palabra han dejado a lado la más básica conciencia que exige entender, que la familia lo es y lo seguirá siendo a pesar de las diferencias más gravosas o simples que se nos presenten en la vida. Cuál es la situación en que vive el padre o el hijo, la madre o la hija quienes ataviados de ira y llenos de cólera fueron capaces de insultarse y no pidieron perdón, disculpas o enderezaron el camino, solo por poner un simple ejemplo, sino, el de una relación terriblemente rota, una vida indeseada y un desgaste emocional que necesita para su mejora la magia de una sonrisa y la nobleza de extender la mano.
Estamos en guerra con nosotros sin saber los motivos y libramos batallas con otros por insignificancias, así podemos ver a los vecinos que no se hablan que viven en pleito por la intolerancia, el desapego y tormentosa cerrazón que apadrina el ego la mentira y la soberbia. No le hace falta al mundo más engaño pues ya lo tenemos en sectores como la política, la economía o los actuales medios de comunicación, tampoco más muertes, de eso se han encargado las mafias extremistas, lo que si requerimos prontamente o con carácter de urgencia es sin duda de comprensión y caridad, fieles aliados del amor necesarios para vivir la buena vida con nosotros mismos y los demás. Si una gota constante sobre la roca puede diluirla que ha de ser de nuestros corazones que resienten cada día y por cualquier cosa corajes, enojos y miedos.
Se dice que se pierden batallas pero no la guerra y es aplicado por ejemplo a cuando con carácter y fortaleza se supera un cáncer o un problema, pero en las relaciones humanas antes que evadir debemos evitar ir al campo de batalla cuando sabemos que nadie va a ganar y por lo contrario se perderá al amigo, la vecina o la familia, pues pocas cosas tenemos en nuestro control y sumirnos en innecesarias contiendas siempre será tiempo perdido, mal usado y entonces nos estaremos autodestruyendo.
Prácticas contemplativas de análisis y critica deben ser ejercicios constantes en nuestras vidas y si al leer estas palabras ha recordado el tiempo que tiene sin hablarle a aquel amigo, a aquella amiga, tiempo va siendo de que en esta, la única vida que tenemos encontremos el olvido y abracemos la oportunidad de regresar a nuestra vida a un ser querido, lo que no debe ser diferente si se trata de la familia pues olvidar para volver a amar, perdonar para vivir mejor son premisas reales que aprendimos y escuchamos de un Dalai Lama, una Rigoberta Menchu o el gran Mandela…. quienes antepusieron la paz y lo siguen haciendo, no para ganar un premio sino para ayudar al mundo.
Hacer el amor para no hacer la guerra, parecemos entenderlo al revés pues pareciera que podría ser diferente si tan solo se cambiara la frase, y entonces invitamos a vivir como perros y gatos, todos contra todos, todas contra todas y viceversa sin embargo el corazón y el espíritu que nos forman como la razón y los sentidos tienen un propósito que en su correcto funcionar harían de nosotros, lo que a tantos nos suele faltar, el equilibrio.