P. Ángel Espino García. Contemplando la Creación: LA VIRGEN DE GUADALUPE, JUAN DIEGO Y MÉXICO (18)

1.- Un día sábado el maestro enseñaba la Ley de Dios en la sinagoga de Jerusalén, mientras sus dos hijos jugaban
en casa junto al pozo. De pronto cayeron al fondo y la madre a gritos pidió apoyo a los vecinos y los rescataron pero
ya estaban muertos. Los cuerpos fueron colocaron en una cama y los cubrieron con una sábana. Cuando el papá
regresó, preguntó por sus hijos. La mamá contestó: mira, antes de decirte quiero preguntarte algo. Hace tiempo vino
un hombre y nos encargó dos monedas de oro para guardarlas. Hoy vino por ellas. ¿Se las regresamos o no? Claro
que sí, dijo el señor, son suyas. Pues hoy vino el Señor Dios a pedir sus hermosas perlas que nos encargó. La
esposa llevó al señor de la mano al cuarto de los niños. Recogió la sábana y dijo: “Dios nos los prestó y él los
recogió”. Ahora nuestros hijos son más felices orando y jugando con los ángeles de Dios en el cielo. Se abrazaron y
lloraron.

2.- ASÍ EN LA VIDA.- Cuántos de nosotros pasamos la vida arrojando los preciosos tesoros de la gente a la que no
valoramos por esperar lo que no tenemos, sin darle valor a lo que tenemos cerca. Mira alrededor, y si observas, te
darás cuenta cuán afortunado eres, pues cerca de ti está la felicidad y no te has dado la oportunidad de demostrar y
decir a quienes conviven contigo, que los amas. Dile a Dios: “Dame Señor lo que Tú sabes que me conviene. Yo no
sé pedir. Dame un corazón alerta y derrama tu bendición en todas las personas que debo amar”. Así sea.

3.- LA VIRGEN MARÍA, ABOGADA NUESTRA.- La Virgen en el cielo no manda, pero sus ruegos son eficaces para
conseguir cuanto pide. Si el pecador le ruega a María, ella pide a su Hijo y puede volver la esperanza a los
desesperados y esto agrada a su Hijo que sufrió en la cruz para salvar.

4.- EL SEÑOR OBISPO RECIBE A JUAN DIEGO.- Cuando el indito tocó la puerta, salió un sirviente, el cual miró a
Juan Diego con enfado y le ordenó que pasara al patio y se sentara. El viento helado golpeaba su rostro como un
cuchillo y Juan se frotaba las manos para calentarse. Apareció el Señor Obispo con su habitual cortesía y al ver al
humilde indígena, mandó traer al intérprete Juan González, que era un hombre bien educado de 31 años, el cual
aprendió la lengua azteca en sus viajes con los misioneros que evangelizaban el país. Era el intérprete oficial del
Señor Obispo. Juan Diego se arrodilló y relató su experiencia. El Señor Obispo escudriñó la cara de Juan, intentando
descubrir si decía la verdad y quedó impresionado de la evidente sinceridad. Le preguntó dónde vivía, a qué se
dedicaba y lo cuestionó sobre la fe. El Obispo quedó contento con las respuestas, pero sobre las apariciones de la
Guadalupana, suspiró y se quedó dudando.