Autor: Víctor Hugo Hernández ¡Ánimo, taxista!

Por esto del aislamiento, hay pocas horas de trabajo y mucha competencia. Son las siete y media de la mañana de un miércoles en plena pandemia. Dentro de un grupo de WhatsApp que organiza un sitio de taxis, ya nadie escribe…De repente, suena la alarma del Uber, Daniel agarra su celular y acepta el viaje. Está a cinco minutos del lugar; al llegar, se encuentra a un ejecutivo con traje y con cubrebocas que va rumbo a su trabajo. Entra al carro desconfiado y analiza al chofer. El taxista le da los buenos días. El pasajero le contesta que qué tienen de buenos con esta pandemia. Le dice que se apure, que lleva prisa porque va a su trabajo. Saca su celular y revisa sus correos. «¡Mierda!», dice de pronto, «¡no nos van a pagar!».

Daniel intenta entablar de nuevo comunicación, pero el ejecutivo ni se molesta en responderle. En su cuenta de Twitter, el ejecutivo se queja de los taxistas que hablan mucho con los pasajeros durante los viajes. Dice que se creen psicólogos. Su publicación recibe tres corazones, dos retuits y un comentario.

Al llegar a su destino, el ejecutivo se baja sin darle las gracias, y antes de llegar a su oficina, le pone una estrella al servicio de Daniel. «¡Poca madre!», dice el taxista.

Después de un largo tiempo de manejo y con el sol a plomo, el taxista se estaciona bajo un árbol buscando sombra. Mira en su cuenta de Facebook algunos videos y sonríe. El tema principal desde hace unas semanas: la pandemia del coronavirus, nadie puede hablar de otro tema que no sea de eso. Daniel no le tiene miedo a la enfermedad, pero sí le tiene miedo a no ganar dinero, porque le debe el auto al banco, y tiene otras largas deudas.

Utiliza el pago del ejecutivo para comprar dos gansitos y una coca cola como comida. Por la radio escucha que el gobierno dice tener todo bajo control y en la fase 3. Una vez más la aplicación le alerta sobre un nuevo viaje. Esta vez es una mujer. Aún incrédulo al virus, esta vez decide colocarse el cubrebocas que le dio su esposa y va hacía el punto de encuentro. La mujer es la doctora de un hospital público, que sale de turno y va a su casa. Se llama Luz, una mujer agradable con unos 50 años aproximadamente. A pesar de estar notablemente cansada por la carga de trabajo, es amable y le cuenta a Daniel que en el hospital aún no hay casos de contagio, pero que esperan lo peor para las próximas semanas. El ambiente en el hospital cada vez se pone más tenso.

Después de darle unas indicaciones básicas y pagarle el viaje, la doctora le desea suerte y le pide al chófer que se cuide. El chófer en vez de agredirla como hacen muchos otros ignorantes con las enfermeras, Daniel hace lo contrario, y le agradece por ser una héroe en estos tiempos. Cinco minutos después, recibe cinco estrellas por su servicio y le aporta una propina extra, y le añade un excelente comentario en la aplicación.

Daniel trabajó varios años en un taxi de sitio, pero gracias a la prepotencia del dueño que le cobraba las cuotas diarias de mala forma, por orgullo logró juntar algún dinero y compró su auto para meterlo en Uber. Aún debe la mitad. Desafortunadamente el banco le anunció que no habrá prórroga por la pandemia. Al banco no le importa la crisis que sufren los que no reciben un pago de nómina.

El chat de los taxistas en el que está Daniel, lo usan cuando alguien no puede atender un viaje personal o para una emergencia, pero desde que empezó la pandemia, nadie ha compartido nada. Por el chat solo se comparten memes, vídeos eróticos, anuncios oficiales, mentadas de madre al américa, y una que otra cadena que manda la tía de alguno. Unos graban mensajes de voz y procuran darse ánimo entre ellos. Otros cuentan historias de enfermos que mueren por la pandemia, pero sorpresivamente nadie conoce un caso cercano.

Daniel tiene cuarenta y cinco años, está casado con Miriam y solventa a tres hijos. Siempre había logrado descansar un día a la semana, pero ahora no puede darse ese lujo. Ya en el colegio de sus hijos les avisaron que no pueden dejar de pagar la colegiatura del mes de abril, aún cuando su esposa es la que ha trabajado estos días como maestra en casa, a parte de las labores cotidianas. El taxista debe otras deudas y no tiene dinero para pagarlas ahorita, no sabe qué hará. Después de tres semanas con poca gente en las calles, poco se puede hacer.

Faltan pocas horas para cubrir el día y su último cliente, es Alan, un tipo simpático que regresa de su trabajo a casa. Dice que sigue trabajando porque la empresa para la cual trabaja sigue normal. Solo han caído dos trabajadores por gripe, pero siguen laborando porque su jefe los obliga a ir. Alan vive cerca de la casa del taxista, este aprovecha para ponerse a sus órdenes para cuando lo necesite. Alan le da una pequeña propina, toma su tarjeta y se baja; él también le da cinco estrellas en la aplicación. Probablemente lo llame en un par de días para otro viaje.

El taxista se va a casa y antes de entrar, cuenta el dinero que juntó durante del día. Se ríe de lo poco que es. Pero eso se le olvida porque al entrar a su casa, el hijo menor, de seis años, le da la mejor paga del día: ¡Lo recibe con un fuerte abrazo! Su mujer le pide que antes se lave las manos, Daniel hace caso tarde. El taxista saca una pelota de plástico y juega fútbol con su hijo en un pequeño patio que tiene la casa. Las risas del niño se escuchan por toda la calle y por toda la colonia, poco después, la risa es opacada por la sirena de una ambulancia que pasa a gran velocidad frente a su casa. Daniel no se preocupa por lo que pueda pasar con todo esto del virus, y menos con la situación a la que se enfrenta, solo disfruta el momento con su hijo. Y piensa: «Mañana, mañana será otro día»

.Twitter: @Vichhc