DIOS PROVEE
DIOS PROVEE
ARENA SUELTA
POR TAYDE GONZÁLEZ ARIAS
Las injusticias en nuestro país son tantas, que los dedos de las manos no alcanzan para ser contadas, en el tema social hay más que heridas profundas; que no deja de sangrar, no hay aliciente o palabras que describan la realidad en la que viven miles y miles de niños, jóvenes y adultos en las comunidades de México. Cuando venimos al mundo somos una esperanza de vida, cargada de los deseos de triunfo de los padres y siendo honestos desde antes de nacer al mundo, es decir, desde la gestación.
Queremos que la criatura que venga a habitar la tierra, lo haga llena de triunfos, que
tenga el carácter para afrontar los problemas más sencillos o los más grandes, pero cuando la pobreza es lo que le rodea, cuando la posibilidad de crecer es una de entre mil, el panorama se empaña.
A estas alturas de la vida, muchos se han servido de los pobres, se han atrevido a comprar su voluntad, y los han usado, han llegado algunos abusivos a engañar a las niñas o jovencitas para después ponerlas en un burdel, y para eso no hay autoridad que dé razón o cifras. Las organizaciones civiles han presionado a las autoridades para empoderar a las mujeres, pero es un tema que debe ser parte de una cruzada nacional en la que los maestros desde el nivel básico desarrollen programas que hagan que las mujeres no se dejen, y no sean abusadas, más.
La desnutrición de los niños de la montaña, de la sierra y de la costa, les impide un desarrollo pleno, y luego cuando se convierten en padres o madres, la herencia de la mala alimentación es la única segura que se reproduce entre sus hijos e hijas.
La actualidad no dista casi nada del pasado en cuanto a que los campos de México siguen abandonados, no solo porque el campesino ya no quiera cultivarlos, sino por que no hay semilla que resista las heladas, o la sequía, ni planta que dé fruto sin abono, y es más alta la inversión que lo que se obtiene. No se vive sólo con tortilla, sal, u algún otro fruto o verdura que se pueda cultivar en el cerro o la montaña.
México no es de los ricos y poderosos, nuestro país es de todos y así como a nivel internacional nos ven como solidarios, es necesario ahora, más que nunca, ver hacia adentro. Hace falta que nos tomemos de las manos, que nos veamos a los ojos, y que antes de pensar en mandar a nuestros hijos o nietos a conocer las más grandes ciudades, con faustuosos edificios, visitemos la laguna, el bosque y la montaña para que sean sensibles de cómo se vive ahí.
Alegra el alma ver la felicidad de las mujeres y los hombres que aun con penurias, abrazan a los visitantes como a la vida.
Envuelve un sentimiento que arrebata ver al que no tiene, entregando lo que es su alimento de un día, para que alguien más lo coma. Se sabe que el que menos tiene es que más comparte el más solidario, pero también hay a los que Dios les bendice y comparten, no de lo que les sobra, sino de lo que exceden.
Es preciso dejar de pensar en los lujos y vida sobrada que muchos llevan, e invitarles a compartir como hermanos el pan y la sal. Si Dios te bendice con comida y conoces de alguien que sufra de hambre, por favor no dudes en extenderle tú mano, el Señor provee para compartir, no para ser egoístas, y pensar sólo en nosotros o en los nuestros.
No podemos vivir indiferentes a las necesidades de los demás, especialmente cuando sabemos que tiramos alimento que a alguien más le podría nutrir, no sirve el éxito personal sin ser compartido, no hay sentido en la vida si no contiene el servicio a la comunidad. Si bien es cierto que a algunos preparatorianos y a los universitarios se les exige el servicio social para poder recibir sus documentos, es preciso que se le deje de ver como un mero requisito y se comience a hacer, como un sistema de vida.
El país es de todos, pero hay algunos que no merecen sentirse o decirse de aquí cuando desprecian a los nuestros. La necesidad de creer en la clase empresarial, en los latifundistas y pueriles políticos, radica en el compromiso que más allá de un discurso, de un anuncio, de hacerse socialmente responsables o empeñosos en acabar con la corrupción, sea palpable en el diseño de planes y programas que eduquen para sobresalir y no para ser sometidos, construyan caminos y no balastrear en senderos empinados, que cualquier cerebro pensante sabe que a las primera lluvias el relleno será arrastrado por la crecidas del agua, y sobre todo, que bajo un proyecto integral se dote de seguridad social y alimentaria desde la más grande ciudad, hasta las tres casas que están en la montaña.