Sociedades abiertas, sociedades fraternas
P. Agustín Celis
En nuestra sociedad encontramos una cultura del descarte. Descartamos las cosas aunque sirvan, pero buscamos tener lo más nuevo. Lo mismo pasa con las personas, esa cultura del descarte nos está llevando a ver al otro como de primera, segunda, o tercera, y tratarlo también así. Al grado de formar nuestro círculo social, creando una pequeña sociedad cerrada y con exclusividades.
Hay periferias, es decir, hay mucha gente con alguna necesidad y que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia familia. Esas periferias marginadas por alguna situación, desde los estudios o clase social, son monumentos al egoísmo, a la soberbia y a la cerrazón. Es importante ver esas periferias como signos de una sociedad enferma, ahí están los síntomas de un tejido social descompuesto.
También hay un aspecto de la apertura universal a la socialización, donde se desarrollan amistades a larga distancia y se llega a expresar una clase de amor geográfico y desencarnado. Porque no somos capaces de amar al que vive con nosotros, pero si tenemos la capacidad de enviar mensajes de amor, de cariño a personas que ni siquiera conoces. Debemos tener claro que el amor no es geográfico, sino existencial y se fortalece si le damos tiempo, y si nos dedicamos a seguirlo cultivando. Sin embargo, es necesario romper las barreras culturales y abrirnos al amor.
Debemos recurrir a esta capacidad cotidiana de ampliar mi círculo, de llegar a aquellos que espontáneamente no siento parte de mi mundo de intereses, aunque estén cerca de mí. Por otra parte, cada hermana y hermano que sufre, abandonado o ignorado por mi sociedad es un forastero existencial, aunque haya nacido en el mismo país. Puede ser un ciudadano con todos los papeles, pero lo hacen sentir como un extranjero en su propia tierra.
El racismo es un virus que muta fácilmente y en lugar de desaparecer se disimula, pero está siempre al acecho de la ignorancia y la incapacidad de ver al otro como un hermano. Esto no quiere decir que estamos aprobando la maldad del hombre o la maldad en la sociedad. Porque en la maldad es donde encontramos las diferentes maneras de esclavitud humana, y todo esto es una barrera para la libertad y para el progreso social. Pues aun en estas situaciones debe florecer la capacidad de amar al otro.
Encontramos en nuestro entorno “exiliados ocultos” que son tratados como cuerpos extraños en la sociedad. Muchas personas con discapacidad se sienten como que existen sin pertenecer y sin participar. Debemos contribuir a la formación de las conciencias para ser capaces de reconocer a cada individuo como persona única e irrepetible.
Cuantas personas a nuestro alrededor piensan que son una carga para su familia, cuantas personas piensan muchas veces en morir, cuantas personas en nuestro entorno se sienten inútiles y piensan que son un estorbo, cuantos ancianos que por su discapacidad a veces se sienten una carga. Debemos tener el valor de dar voz a quienes son discriminados por su discapacidad, debemos reconocernos unos a otros de igual dignidad y crear sociedades abiertas, preparadas con estructuras para la fraternidad social.