Se vive para servir
Se vive para servir
Arena suelta
Por Tayde González Arias
Este viernes 26 de abril, el día comenzó normal, entré a dar clase a las 7:30 de la mañana de oratoria y debate a mis alumnos universitarios. De mí (su casa), a al trabajo sólo es la calle Degollado, Landa y Piña, Cuauhtémoc y Salazar, hago exactamente tres dobleces y cosa de dos calles rectas, en ese tiempo de caminar, siempre es agradable saludar al señor de las órdenes y quien le ayuda a limpiar su puesto, al dueño el establecimiento de lubricantes que por el tono de su habla me entere que es italiano, y a Doña Emelia, la señora que vende sus tortillas y quesadillas (muy sabrosas, por cierto).
Rumbo al trabajo siempre voy a prisa, pero ya de salida o al regreso, mi caminar es con debida calma, y precisamente hoy, al saludar a Doña Eme (Emelia) vi que estaba en con su teléfono al oído, pero con señas muy directas, me pidió que le esperar un momento. Así que mientras con una mano sostenía el celular en su oreja con la otra insistía en que la esperara, cedí a sentarme mientras terminaba abruptamente su llamada con un despido que alcance a oír claramente- bueno te dejo, luego te llamo porque me voy a ocupar-.
Doña Eme, es una mujer que se levanta muy temprano para llevar o que le lleven su nixtamal al molino (que por cierto aún tengo duda por saber en dónde hay un molino todavía por ésta zona) cuando llega su masa comienza su labor de hacer tortillas y vender por docena o hacer quesadillas de diversos guisados que entre testal y tortilla va cocinando.
La edad de la señora Eme, debe oscilar los 80 años, y hoy no me dio más tiempo por la reflexión de la corta charla que sostuvimos de preguntarle si le pasaba algo en sus ojos, porque vi demasiada cristalina su mirada, como si hubiera llorado o dormido poco. Total, que Doña Eme, me dijo – Maestro, le pedí que esperara, porque hoy estaba viendo las noticias y me acorde que usted anda en la política, y están matando a muchos candidatos Maestro- y – le quiero pedir que se salga de eso, usted vive bien con sus clases, usted trabaja para usted, su usted pretende estar en la política para ayudar más, nadie le va agradecer, no se arriesgue, salgase de eso-. Por mi parte no pude más que pasar saliva, por que vino a mi mente la gran cantidad de veces que he escuchado esas mismas palabras, y aunque en otras ocasiones suelo refutar o explicar los motivos que me mueven para estar con la contienda por la diputación local de Zitácuaro, Ocampo y Angangueo, hoy sólo me limité a pensar el por qué una mujer con quien no guardamos ningún interés más que la invaluable amistad podría pedirme eso. Qué ganaría Doña Eme, si vivo o muero por mi lucha o mi causa, y lo único que encuentro como respuesta es el que nos sigamos viendo para platicar y de vez en vez tomar café o comerme una de sus quesadillas.
Pero a la vez pienso, en él qué será de ésta mujer amiga mía, cuando ya no pueda caminar, cuando ya no pueda trabajar, me preocupa la condición en la que pueda llegar a su mayor vejez y que sea una carga para su único hijo, o bien en el dinamismo que vive en la actualidad, al tener que estar sin movimiento se vea en caída en la depresión o el abandono, ahí debe estar alguna institución, algunas personas que la auxilien y la lleven a vivir bien en los últimos años de su vida, y como ella mi mamá, su mamá, nuestras madres, o la tía que no se casó o el abuelo abandonado. Por eso sigo creyendo que debo seguir, aun con miedo, aún con muchos limitantes, pero con el corazón latente por ver mejor a mis pueblos.
Gracias a mi familia, que se ha preocupado por mí, y sobre todo a mis amigos, sobre todo a aquellos que han puesto recurso económico y humano, para ir a acompañarme a alguna reunión, a alguna asamblea o actividad. Pero sobre todo gracias a los que sin verlos y sin decírmelo creen en nuestra congruencia porque nosotros no nos hemos ido, porque, aunque estamos muy cuesta arriba entienden junto conmigo que en la vida nada dado fácil se disfruta como aquello que nos cuesta mucho.
Los que creemos en Dios, sabemos que estamos bajo su cobijo, que andando bien nada malo nos puede tocar.
Somos más los buenos y entre nosotros también nos organizamos para cuidarnos, para compartirnos y para alcanzar los anhelos sociales que a muchos nos mueven y nos tiene convencidos que se vive para servir.