Pobre México.
Pobre México.
Arena suelta
Por Tayde González Arias
Las condiciones sociales en las que vivimos la mayoría de los ciudadanos de nuestro país, ocasiona rabia o cuando menos impotencia a prácticamente cualquier hombre o mujer con un ápice de bondad. En todas las ciudades o cabeceras municipales de México, no es raro ver a los vagabundos, los niños o los abuelos; hombres y mujeres pidiendo o mendigando un peso o comida para subsistir, esa es una realidad y son situaciones que duelen.
Aún con el salario de los burócratas del más alto nivel reducido al 50 o 70 por ciento, sigue dando coraje la desigualdad, ya no hablemos de los magnates, esos que son dueños de las grandes empresas telefónicas que cuando vas a pagarles un servicio de telefonía celular, sus empleados te reciben de mala manera cual si te hicieran un favor, esos a los que se les va el servicio cuando cae un rayo o las primera lluvias, los que deben estar regulados y que aun existiendo un organismo del gobierno que debiera cuidar al ciudadano o derechohabiente, se hacen de “la vista gorda”, y continúan cobrando sin atender al afectado o quejoso.
Los que cobran el doble del costo de un electrodoméstico engañando que con pagos “chiquitos” puedes adquirir el refrigerador, la estufa, o el teléfono, haciéndolos más ricos con los intereses, los adinerados pues, que, con nuestra pobreza, los mantenemos a costa de nuestra preocupación y el empeño de lo poco que con esfuerzo llegamos a tender. Somos uno de los países con el costo en telefonía más alto del mundo y nadie dice nada, y el gobierno o la autoridad que se debe a los ciudadanos y que nos debería proteger, se agacha y deja que todo pase.
Se hace un nudo en la garganta ver al hombre enfermo estirando la mano para poder curar su enfermedad, arde el alma seguir viendo a niñas y niños en edad escolar que son explotados cual cosa u objeto sin valor, hay los que pierden su inocencia, los que no existieron para ser apoyado por los rotarios, lo clubs de leones o por los que originalmente les toca, como el DIF o la Secretaria de Desarrollo Social, o bien a nivel internacional la UNESCO o UNICEF. Muchos de estos organismos han pasado de ser de asistencia social infantil a parecerse a una medalla de lujo, y se presume o sirve para viajar por el mundo, para cobrar bien, o hasta para presumir ser alto funcionario o funcionaria.
Salir a caminar por las calles de la ciudad de México, de Mérida o de Mexicali, tiene en común que encontraremos el hambre en dos pies, la sed en un rostro que ya perdió la fé, la esperanza y hasta la pena, pues muchas de las personas en situación de calle despiertan esculcando entre la basura los desperdicios para ingerirlos, y duermen visitando los botes, las bolsas o basureros con el estómago vacío deseando encontrar comida. Ese México duele, porque con la energía que tiene le gritan a todos los demás que para fortuna si tienen casa, techo y comida, que no les ignoremos, que les veamos, les demos una sonrisa y de vez en vez un bocado para llevarse a la boca.
Mata más la vergüenza de ser inhumanos, asesina la condición de sentirse humanos y no hacer nada aun sabiendo que por hambre mueren en el país, niños, jóvenes, adultos y familias enteras.
Mexicanas y mexicanos, vale la pena si está en nuestras manos, exigir que el recurso que pagamos en impuestos sea para los que más lo necesitan, no vivamos ciegos ante los que nos tienen, y tampoco apáticos a la necesidad del otro. Rescatemos la humanidad, amemos el entorno y la raza, preservemos el medio ambiente y demos pan al que no tiene. no vamos a ser de nuestra casa un auspicio, ni convertirnos en un Midas, dadivosos o socorristas, pero si vamos a volver a ser humanos.
Más tarde que salgamos a la calle y veamos pasar a la mujer adulta, cansada y cargando en su espalda una densa carga, hay que sonreírle, metamos la mano a la bolsa del pantalón o a la cartera y si tenemos un peso extra démosle esa ayuda que posiblemente le permite alimentarse después de días sin hacerlo. Muchas personas usan sus ropas sucias o desgarradas porque nadie les ha dado unas nuevas, porque no han tenido éxito para adquirirlas por sus propios medios, o sencillamente porque la capacidad intelectual no fue repartida entre todos de igual manera, porque hubo un tropiezo y ya no pudieron superarlo, o porque la voluntad no es suficiente a veces para superar los problemas.
No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el dicho, y deseo que el nuevo gobierno de cualquiera de los rincones de nuestro país, sea sensible y haga cuando esté en sus manos, para recoger a la gente de la calle que por distintos motivos pasa hambre y frío, pero que, con sólo verles caminar, aun con mal olor, con solo buscar alimento entre la basura nos enseñan que también quieren vivir.