P. Ángel Espino García. Contemplando la Creación: LA VIRGEN DE GUADALUPE, JUAN DIEGO Y MÉXICO (22)
P. Ángel Espino García
1.- Cuentan que un misionero hacía oración a media noche, pero el croar de las ranas lo interrumpían. Trataba de ignorar aquel sonido, pero todo su empeño era inútil. Muy enojado, abrió su ventana y gritó: ¡Silencio ranas porque estoy rezando! Ante aquellos gritos, las ranas se espantaron y guardaron silencio. Apareció un Arcángel y dijo: amigo, a Dios le gustan los salmos que tú rezas, pero también le encanta el croar de las ranas, porque es su forma de alabar a Dios. El misionero gritó: hermanas ranas, canten y juntos alabemos al Señor. El ritmo del croar de las ranas se extendió en la pradera, acompañando los salmos del misionero y formando una sinfonía en el silencio de la noche, sintiendo por primera vez la armonía con el Creador y la naturaleza.
2.- ASÍ EN LA VIDA.- Cualquier palabra puede ocasionar un bien o un mal. Una palabra amable, puede suavizar la vida. Una palabra oportuna, puede ahorrar problemas. Una palabra alegre, puede iluminar el día. Una palabra con amor, puede curar heridas. Pero una palabra amarga, lastima el corazón.
3.- EL SEÑOR OBISPO PIDE UNA SEÑAL.- Fray Juan de Zumárraga estaba apenado pues creía en la sinceridad de Juan Diego, pero necesitaba más elementos. Preguntó: ¿Dónde la viste, cómo era y cuánto tiempo estuvo contigo? El indito hizo recuento de todo lo sucedido y en las preguntas que se le hacían, en nada se contradijo. El señor Obispo estaba impresionado de la sencillez y la lógica de Juan Diego, pero no estaba seguro de construir un templo en un lugar tan lejano. Por eso dijo en forma prudente: di a la Señora que me mande “Una Señal”. Juan Diego sintió renacer su esperanza y preguntó con entusiasmo: “Qué clase de señal pide Su Excelencia? Contestó Fray Juan: “La que ella escoja”. Tan pronto como se marchó Juan Diego, el Señor Obispo ordenó a varios hombres de confianza que siguieran en secreto al indito y vieran a dónde iba y con quién hablaba. Ellos lo siguieron a cierta distancia por las calles y la calzada, pero al llegar al barranco de la colina, lo perdieron de vista. Escudriñaron el lugar entre las rocas y los desfiladeros, pero no lo encontraron y regresaron donde el Señor Obispo, diciendo que no le creyera y que era un impostor, además que si regresaba, le darían un fuerte castigo. El Señor Obispo era prudente y no dijo nada. Decidió no hacer juicio hasta ver con claridad los resultados. Mientras buscaban a Juan Diego, él subió la cuesta del Tepeyac, donde se encontró con la radiante presencia de la Santísima Virgen de Guadalupe. Se postró a sus pies con un torrente de pena porque nadie le había creído a pesar de sus esfuerzos y de nuevo había fracasado. Cuando se aplacó su voz tan afligida, la Virgen le sonrió con ternura y dijo: “Está bien hijo mío. Ven mañana y tendrás la señal que te han pedido. Así creerá el Señor Obispo y no dudará. Querido hijo: Yo te recompensaré”. Le sonrió, lo bendijo y lo despidió. ¡Salvemos lo verde!