Las guerras del siglo XXI
Como si las variables económicas que anticipan una retracción en la actividad económica global fueran poco, el mundo se enfrenta también al fantasma de una guerra comercial entre dos poderosas potencias en el mundo: China y los Estados Unidos. Este conflicto con la República Popular China ha sido iniciado por el belicoso Donald Trump y forma parte de las promesas de campaña para regresar la inversión y los trabajos de las empresas estadunidenses que se han establecido en China.
Las importaciones y exportaciones entre ambos países han estado reduciéndose en estos dos años como consecuencia de la escalada en aranceles, la cual comenzó en 2018; entre julio 2018 y julio 2019 la balanza entre ambos países se contrajo 10.34%. Sin embargo, las empresas que se han establecido en China constituyen una cadena de valor global donde la propiedad intelectual reside con frecuencia en Estados Unidos, y cuyos consumidores aprovechan los bajos costos de producir bienes en China.
En 2018, Trump instruyó al Representante de Comercio a establecer aranceles por $5 billones de dólares en productos chinos. En respuesta, el Ministerio de Comercio de China subió los aranceles de 128 productos estadunidenses con tasas de 15% a 25%. A su vez, el Representante de Comercio publicó una lista de más de 1,300 productos con nuevos aranceles, particularmente en el sector de tecnologías. En una segunda respuesta, China agregó 106 nuevos productos con aranceles a una tasa de 25%, entre ellos bienes agrícolas. En una tercera escalada, Estados Unidos publicó una lista de bienes por 3.4 billones de dólares que enfrentarán un arancel de 25%.
Seguramente debido a la preocupación por los efectos que estas medidas pueden tener en la economía de ambos países y en los bolsillos de sus ciudadanos, a principios de 2019 ambos países entraron en negociaciones que culminaron en la decisión de Estados Unidos de suspender 30 billones de dólares en aranceles a cambio del compromiso por parte de China de comprar bienes agrícolas.
Pero, a principios de agosto, Estados Unidos anunció que aumentaría nuevamente los aranceles a estos productos en 10% entre septiembre y diciembre. La respuesta de China involucró la reducción del valor de su moneda para hacer más atractivas sus exportaciones, agregando una nueva dimensión en esta disputa. Trump se ha expresado contra esta medida, acusando también al Banco Central Europeo de manipulación cambiaria, lo cual contraviene sus planes de un dólar fuerte.
Diversos estudios han analizado el efecto de los aranceles a productos chinos sobre los precios que enfrenta el consumidor estadunidense. JP Morgan estima que los hogares estadunidenses tendrán que pagar alrededor de 1,000 dólares anuales en aumentos de precios por los aranceles. El gasto del consumo representa 68% del PIB estadunidense y los aranceles afectarán en gran parte a estos bienes de consumo. Trump ha reconocido que puede haber impactos negativos para el ciudadano, por lo que ha retrasado los aranceles a productos como computadoras portátiles, calzado y videojuegos, hasta mediados de diciembre.
Así mismo, Trump ha declarado que esta guerra comercial le ha costado a China más de 3 millones de empleos. Pero algunas estimaciones de bancos en China señalan que alrededor de 1.9 millones de trabajos se han visto afectados por estas medidas. En la edición del Foro Económico Mundial en China, llevada a cabo en julio pasado, varios inversionistas chinos señalaron optimismo frente a inversiones en Asia y en África, considerando a la disputa con Estados Unidos como sólo una parte de su estrategia.
Coincido con lo publicado en la columna de Forbes «Guerras comerciales y desaceleración económica», que señala que el uso de una guerra comercial para realizar presiones diplomáticas sienta un precedente para que otros países hagan lo mismo. Japón y Corea del Sur han iniciado un conflicto por las reparaciones que se exigen por parte de Corea, debidas, entre otras cosas, al hecho de que los japoneses utilizaron como esclavas sexuales a muchas coreanas, llamándolas «chicas de confort». Japón se negó a aceptar la exigencia de estas reparaciones considerando que el tema de la guerra había quedado superado tras las negociaciones de 1965. La reacción de Japón fue una represalia estableciendo una cuota por tres meses para limitar la venta de materias primas para semiconductores coreanos. Japón produce el 90% de estos compuestos, mientras que Corea produce el 60% mundial de los chips de memoria. Y las consecuencias de esta disputa pueden generar un periodo de escasez global para el mercado de tecnología.
México no ha sido ajeno a esta nueva forma de presión, al ser obligado por los Estados Unidos a modificar su política migratoria, con la amenaza de aplicarles aranceles a sus exportaciones al país del norte, de no hacerlo. Así las cosas, en cierto modo y siguiendo esta semántica, estamos también en riesgo de entrar a un estado de guerra…comercial. Y ello nos obliga a reconsiderar toda nuestra política comercial; por una parte, aprovechando nuestras ventajas competitivas para sustituir exportaciones que China no hará ya a los Estados Unidos y por la otra, a diversificar mucho más nuestras exportaciones a otras latitudes. De ser unos verdaderos fans de la globalización, estaremos en la necesidad de imaginar nuevos escenarios y actuar en consecuencia.