La vi venir…¡y me preocupa mucho!

Desde que me propuse escribir mi columna, unos días después del Informe, buscando ser objetivo, propositivo y constructivo, y refiriéndome a algunos temas que a mi juicio son positivos y representan una oportunidad para logros del presente gobierno, la vi venir. El ambiente entre los opinadores y analistas profesionales de la mayoría de los medios escritos era francamente adverso y negativo. Dije textualmente que no dejaba de sentirme «anticlimático».

 

Ahora veo que mi intuición fue la correcta, ante la inusual andanada de comentarios de muchos lectores que me escribieron, algunos francamente ofendidos por mi «entreguismo» al actual gobierno y otros sorprendidos por ciertos juicios positivos que hice, por ejemplo, en relación con el manejo político de AMLO. «No sabía que eras fan de AMLO» «¿Qué te paso, ¿Qué comiste?» «¿Cómo puedes hablar bien de tanta demagogia y mentira?» son algunos de los mensajes que recibí y que confirman aquello a lo que me refiero cuando digo que la vi venir.

 

Manifestaciones innegables de la polarización a que hemos llegado y que pareciera agravarse todos los días, dejándome una honda preocupación, dado que no puede llevarnos a nada bueno. De ese entonces a la fecha, se han sucedido otros hechos que así lo acreditan. Ahí está la piloto de Interjet proponiendo lanzar una bomba en el Zócalo, el historiador-funcionario elogiando la valentía de unos jóvenes secuestradores y asesinos de Eugenio Garza Sada, o el reconocimiento al mérito de dos exguerrilleros por su asalto a un cuartel del ejército, nada menos que en Los Pinos, a unos pasos de lo que fueron las instalaciones militares de las guardias presidenciales. Hechos que han generado airadas reacciones de sectores importantes que perturban el ambiente. Ejemplos todos de la crispación que se vive.

 

Unos días después de esa publicación, comentaba lo de las reacciones de los lectores con un par de amigos a quienes respeto y considero serios y comprometidos con México, expresándoles mi sorpresa al constatar que varios de ellos me habían hecho sentir que parecieran desear el fracaso estrepitoso del gobierno de MORENA, aunque dicho fracaso se llevara entre las patas al país. Como comentario a esa situación, uno de ellos me pidió que lo incluyera entre los que piensan de esa manera, pues cree que sólo así se podrá salvar a la democracia en México, con los deseables equilibrios, contrapesos y libertades por los que tanto se ha luchado. Me dejó helado saber que incluso personas como ésta, pueden estar dispuestos a apostarle al caos.

 

Ciertamente no podemos aspirar a una forma de pensar uniforme respecto a todos los temas y en una sociedad plural como la nuestra (además, tan desigual). Es de esperarse un amplio debate a partir de ideas opuestas, pero en ningún caso se justifica, a mi modo de ver, desear una situación que finalmente sería en detrimento de todos. Más bien, si no es posible coincidir en todo, lo que sí se impone es coincidir en el interés de que el país se mantenga estable en todos los ámbitos. Ésa es la unidad a la que sí podemos aspirar.

 

Y creo que convocar y mantener dicha unidad es fundamentalmente responsabilidad de AMLO y de su gobierno. Las actitudes, descalificaciones y denostaciones que quizás se justificaron al fragor de la lucha político-electoral, no vienen al caso en el ejercicio del gobierno. No lo digo sólo apelando a la nobleza del vencedor, sino al interés del proyecto que encabeza y en beneficio de un mejor ambiente para gobernar como se debe: para todos. Bien dice la conseja popular que reza «Es diferente ser borracho a ser cantinero».

 

La misión ineludible de liderar un país convocando a la conciliación y la unidad, se ve amenazada seriamente al arremeter con tal número de agresivos adjetivos, contra cualquiera que piense diferente, contra la independencia de los órganos autónomos o al pretender injerencia en otros poderes o niveles de gobierno. El INE, la CNDH, las Comisiones reguladoras, son instituciones que surgen de la lucha por una mayor y mejor democracia, y representan logros innegables de los que millones de mexicanos nos sentimos orgullosos. Cada uno de los lances contra ellas merma la confianza de las fuerzas opositoras para llegar a acuerdos, genera una gran desconfianza en los ciudadanos y lastima la capacidad de hacer política buscando conciliar lo deseable con lo posible.

 

Sigo y seguiré empeñado en encontrar ventanas de oportunidad para que este Gobierno pueda sacar el país adelante, aunque la realidad me desanime constantemente y parezca darles la razón a los lectores molestos. Eso es precisamente lo que sucedió apenas hace unos días con la aprobación de la Ley reglamentaria en materia de mejora continua de la educación, la Ley General de Educación, y la Ley General del Sistema para la Carrera de las Maestras y los Maestros, relacionadas con la liquidación de la reforma educativa promovida por la administración anterior, la cual merecerá sin duda un análisis más a detalle en una futura colaboración editorial.

 

Baste por ahora con señalar que me ha parecido un error histórico, de consecuencias funestas para el desarrollo de un país más justo, con mayor igualdad de oportunidades. Renunciar en los hechos a la rectoría del Estado sobre la educación pública, en aras de un acuerdo con fuerzas sindicales, significará seguramente retrasar el reloj del progreso varias décadas.

 

Volviendo al tema que nos ocupa en esta ocasión, creo que el ánimo social incluye a todos y debe ser motivo de preocupación del Gobierno cotidianamente. Me parece que es momento de hacer un alto en el camino y repensar ciertas actitudes, así como el abuso en el uso de adjetivos, sustituyendo todo ello por una abierta convocatoria a un acuerdo nacional para la inversión y el crecimiento.

 

Está más que claro que sin dinamismo económico el Gobierno no dispondrá de los recursos suficientes para cumplir sus compromisos de gasto social, ni podrá llevar a cabo la inversión pública suficiente. Más que nunca necesita de la inversión privada que permanece estancada y recelosa. Quizás valga la pena intentar un nuevo discurso conciliador y acordar compromisos básicos para el crecimiento económico, el cual está en el interés de todos, buscando un entorno amable para la inversión privada, mexicana y extranjera. Yo apostaría confiadamente al buen resultado de algo así.