¡¿En síntesis, don Oscar?!
Para Carmen, Alfredo, Adrián y Alejandro
(Primera parte)
Corría el año de 1982 y yo terminaba mi encargo como director general de la Asociación Mexicana de Casas de Bolsa (AMCB)(1), bajo la magnífica dirección de su presidente, mi tan querido Pepe Madariaga.
Una extraordinaria experiencia de dos años que me permitió conocer profundamente los mercados de valores, no sólo de México sino de otras latitudes, trabajando muy cerca de funcionarios públicos de gran capa cidad técnica y rectitud, de la CNV, la SHCP, y el Banco de México, entre otras instancias de autoridad.
Terminaba apenas una época de gran bonanza económica, que jamás hubiera yo imaginado para la edad que tenía. La vida me había sonreído con oportunidades que, en lo económico, había sabido aprovechar.
Uno de los funcionarios a los que hago referencia, a quien desde que conocí, admiré y le tomé gran afecto, era Alfredo Baranda García, un importante funcionario hacendario y por lo tanto alguien con quien tenía trato constante mientras estuve en la AMCB. Conocerlo, junto a otros funcionarios del sector, cambió para siempre la mala impresión que tenía yo del Gobierno, constatando que había personas honestas y de una capacidad extraordinaria.
Con él me encontraba comiendo en Toluca, a donde me había invitado para conversar sobre su experiencia como secretario de Finanzas del Gobierno del Edomex, al lado del joven gobernador, Alfredo del Mazo González. Todo lo que me platicó respecto a sus tareas, retos y planes, me interesó muchísimo. Ya casi al final de nuestra comida, para mi sorpresa, me comentó que a nombre del señor Gobernador, me invitaba a integrarme al frente de la Dirección General de Tesorería.
El trato cotidiano con gente sobresaliente del Gobierno y la posibilidad de asomarme a temas públicos de trascendencia, me habían generado una gran atracción por las tareas gubernamentales, por lo que respondí a Alfredo que lo consideraba una gran distinción y que desde luego, me interesaba, pero que quería darle una pensada y, principalmente, consultarlo con mi mujer, pues implicaría mudarnos a vivir a Toluca. Pues no lo pienses mucho tiempo, me dijo, es importante para nosotros completar el equipo.
No se lo comenté, pero una de las razones por las que le pedí unos días, fue porque deseaba conversar sobre el tema con el Lic. Petricioli, con quien había yo desarrollado una excelente relación que a la postre, lo convertiría en mi mentor político y uno de mis más grandes afectos. Me fui directamente a su oficina, en donde mi querida Gilde, su secretaria, me hizo un espacio para poder comentar mi tema.
Una vez que se lo conté, don Gustavo no hizo más que deshacerse en elogios hacia los Alfredos y lo que representaban, como un relevo generacional, en el que podría darse el caso de que Del Mazo fuera el próximo candidato a la Presidencia. Y usted, me dijo, tiene su situación económica resuelta, su señora y usted son muy jóvenes, y a la edad de sus hijos se los pueden llevar sin problema a Toluca. Y no se haga, le encanta la política y tiene madera para lo público.
Así las cosas y una vez que lo comenté con mi señora y que ella lo aceptó (no sin reservas, desde luego), le comuniqué a Baranda mi decisión y unos días después, me presenté por primera vez en las oficinas. De inmediato me pidió Alfredo que me dirigiera a las oficinas de su tocayo, el Gobernador, para que me diera la bienvenida.
Después de una buena espera, pasé a la oficina del Gobernador por primera vez. Nunca olvidaré la impresión que me causó aquella oficina en la que había una enorme maqueta del Estado de México y entre las cosas que llamaron más mi atención, una pequeña fuente (que después supe era muy útil para distorsionar posibles grabaciones). También recordaré por siempre la impresión que me causó la persona de aquel joven gobernador de voz grave y una formalidad difícil de ver en personas de 38 años. Me impuso profundamente.
Don Oscar, me dijo, ¡bienvenido! Tengo muy buenas referencias suyas y no sólo del Lic. Baranda, sino de Miguel Mancera, de Gustavo Petricioli y del Lic. Suárez Dávila, entre otros. Su experiencia y conocimientos habrán de ser muy útiles, pues nos encontramos en una situación financiera muy comprometida.
Efectivamente, a partir del primer día trabajamos muchas horas diarias para diseñar una reestructura de la deuda y un plan financiero para el futuro, con nuevas alternativas novedosas para llevar a cabo inversiones en infraestructura financiadas sanamente. Llegó el momento de poner dicho plan a consideración del Gobernador en una presentación que, como una oportunidad importante para mí, Baranda me pidió que yo hiciera parcialmente.
Desde varios días antes de la cita con el gobernador Del Mazo, yo ya había dejado de dormir bien y pensaba constantemente en la dichosa presentación. La fama de exigente y estricto de Alfredo del Mazo, aparentemente ganada a pulso, y la angustia de la posibilidad de fallar en ese que sería mi debut con él, causaron este efecto. Todos los días, al llegar a casa, ensayaba frente al espejo la presentación e iba haciendo notas en mi ejemplar para asegurarme de que todo saliera bien. Le preguntaba a mi querida Gorda si le parecía adecuada o si debía yo de hacer o decir algo de manera diferente. Ambos compartíamos, como siempre lo hicimos, un verdadero desafío.
Llegó el día y la hora cero. Nos presentamos a la gubernatura y nos pidieron que esperáramos unos minutos, pues la agenda iba retrasada. Cuando ya se había agotado cerca de la mitad del tiempo que se nos había asignado, finalmente entramos a su sala de juntas. Se sentía la tensión y él ciertamente se veía apurado. Apenas nos saludó, para decirnos luego que tratáramos de ser breves, dada la presión del tiempo.
Alfredo Baranda me dio la palabra y de inmediato inicié mi presentación, aparentando una calma y serenidad que, desde luego, no tenía. La presentación que, modestamente dicho, nos había quedado muy bien, parecía fluir adecuadamente; sin embargo, de reojo veía que el Gobernador miraba su reloj y adelantaba varias páginas, como tratando de adivinar cuánto tiempo más tomaría. Repentinamente, me interrumpió, diciendo con cierto tono de apremio y con voz grave y firme: ¡¿En síntesis, don Oscar?! Verdaderamente sorprendido y casi asustado, mirándolo cándidamente, sólo atiné a decirle, también con un tono decidido: ¡Caray, señor Gobernador! Perdóneme, pero en síntesis no la ensayé.
Para sorpresa de todos, el Gobernador soltó una sonora carcajada, después de la cual me dijo:¡Se voló la barda, don Oscar! Perdónenme ustedes a mí, estoy presionado, andamos vueltos locos con los tiempos, sígale por favor, pues lo que estamos viendo es muy importante y está muy interesante. Se había roto el hielo y la junta fluyó de maravilla, relajadamente, al grado que, a lo largo de la presentación, el Gobernador sonreía y repetía, entre fumada y fumada, mi expresión: «No la ensayé…jajaja» y reía mucho. Durante muchos años después, Alfredo disfrutaba que yo contara la anécdota a otras personas y reía con el recuerdo que compartíamos.
Ese día conocí varias aristas de aquel hombre que al mismo tiempo era firme y estricto, pero dueño de una extraordinaria agudeza y sentido del humor. Un hombre de Estado, aplicado en cuerpo y alma a lo que hacía, tomando verdaderamente en serio los temas, y formador de equipos a los que exigía mucho, al tiempo que nos estimulaba con nuevas oportunidades.
(Continuará…)