Arena suelta: México Guadalupano
Por Tayde González Arias. Encumbrados en las creencias y en los grandes mitos como en la necesidad que algunos tienen de deidades, dioses o divinidades, es que se erigen templos y palacios dedicados a los más profundos cultos que frente a las imposibilidades del mundo terrenal se les ruega hacer la voluntad de realizaciones diversas que llegan a ser teorías de la cosmogonía y cosmovisión de los pueblos del mundo.
Hay temas a los que siempre que se adentra la sociedad mediante sus ciudadanos, suelen provocar malestares o discrepancias, dichas diferencias se dan en muchas ocasiones por la intolerancia, por no aceptar que no tenemos que pensar igual, ni gustar de las mismos sabores, climas o muestras de afectos, pero que sin embargo con todas las diferencias nos ha de unir el bien común, la sangre, el gen u origen humano.
Creer en una ciencia, una teoría, una filosofía o una religión es natural en cuanto nos referimos a las cosas que pasan y que no encontramos respuesta propiamente en la comprobación científica, a lo que se le denomina milagro porque alejados de lo científico no hay manera de comprobar cómo pasó o sucedió, agradeciéndose que pasara lo que parecía imposible con rezos, con largas peregrinaciones, caminatas a pie y en rodillas que acercan hasta los sitios en los que se considera mediante mandas o promesas asistiendo con o sin ofrendas, se recibirá el perdón y se darán las gracias.
El calendario cívico de nuestro país en sentido estricto a sufrido modificaciones que en su mayoría han permitido que transcurran fines de semana largos de descanso al recorrer natalicios, muertes y demás fechas celebres de la historia patria a los días lunes o viernes y con ellos encontrarse con sábados y domingos que favorezcan de algún modo el asueto, la convivencia familiar e incluso el consumo, sin embargo hay una fecha que ha sido prácticamente inamovible comparado a los días inhábiles que tiene efecto en algunos centros educativos y lugares de trabajo, me refiero al 12 de diciembre que es más que el tricentésimo cuadragésimo sexto día del año, y el 347º en los años bisiestos, y que por supuesto también representan mucho más, el quedar 19 días para finalizar la anualidad. Pues para muchos es un día de regocijo por la adoración a la virgen de Guadalupe, a la que el conquistador español Bernal Díaz del Castillo en su obra “ Historia verdadera de la conquista de la Nueva España” refiere de la aparición en 1531 de “la morenita del Tepeyac” dada en las siguientes condiciones según su relato «Cada día sacrificaban al menos 5 indios y ofrecían sus corazones a los ídolos. Cortaban las piernas, los brazos y los muslos.
Los comían como se come la carne de una res y los intestinos los venden para menudo en los tianguis», y aunque esta versión ha sido debatida, lo cierto es que el simbolismo de la imagen venerada, es una obra que sin duda fue avistada para su colocación en lo alto de un templo y no me equivoco al decir que también para venerarle y adorarle.
El peinado de la imagen guadalupana es el de la doncella, el jade en óvalo sobre el pecho es el mismo que con el que se esculpía a los dioses, las manos en posición de rezo, la flor de los cuatro pétalos sobre las telas que le visten, en el mismo manto la realidad celestial, los rayos representando al sol y las nubes, incluyendo entre otros elementos al mismísimo guerrero águila quien se consagraba a Huitzilopochtli, imperando los colores rojo, rosado, salmón, marrón y carmesí, crease o no, y se compartan poco o mucho de los orígenes en las lecturas eclesiásticas, la realidad es que en la figura encontramos una paleta armoniosa y estética que le hace agradable a la vista.
Las diversas iglesias por el mundo, tienen sus propios feligreses, cada una es y tiene su propia manera y forma de realizar sus cultos, en cuanto a nuestro país se refiere es constitucional la libre práctica religiosa, por lo tanto ha de ser libre la libertad de pensar y bajo esa premisa hemos de mostrar todo el respeto a la costumbre que también se vuelve ley y a la tradición que agrade o no, se comparta o no, es esencia misma de la mexicanidad.