Arena suelta: Quisimos ser y fuimos.
Por Tayde González Arias. Centrados en la realidad que impera en nuestro país, con respecto a lo que somos, lo que nos gustaría ser y lo que se puede ser, nos topamos con realidades crudas, porque si bien se dice que soñar no cuesta nada, lo cierto es que cuando te la pasas soñando y no logras que se cumplan ninguno de los sueños o si acaso de vez en vez algunos, podría ser cara la factura que la vida te cobre al no superar lo que tanto deseas y no obtienes, convirtiéndote en una persona molesta o enojada con la vida.
Muchos podemos pensar en ayudar a cuanto lo necesita, pero quien emprenda esta empresa no tiene la manera de poner en práctica permanente dicha acción, sin la ayuda de otros o con el sacrificio de placeres personales. Aquí podemos soñar en un mundo mejor, más de alguno escribiríamos libros sobre la bondad humana y la esperanza que tenemos en nuestros hermanos de raza, sin embargo no sabemos trabajar en equipo, no queremos hacerlo, cada día hacemos de comidilla al vecino, criticamos al que no viste igual que la mayoría, nos burlamos de lo que consideramos a normal, nos causa escozor ver que alguien emprendió un negocio y le va bien, al grado más bajo de también poner un mismo comercio con las mismas cosas o productos, engañando a la envidia con la aspiración de tener el mismo éxito que el que comenzó el emprendimiento.
En un país en donde se lee poco, se engorda mucho, se cree en la tranza como principio de desarrollo o crecimiento aunque se diga en mofa, no pueden existir valores prácticos de amor propio y respeto por nuestro organismo, tampoco intelectualidad o intervención de buenas prácticas de honestidad, por eso cuando alguien logra cruzar todas las peripecias hasta tener un buen trabajo, viajar, tener su casita y de en vez en vez algún lujo debe alegrarnos como si se tratase de alguien de nuestra sangre, porque no es fácil llegar a las metas humanamente, respetuosamente y en equipo, sin agravios, sin ofensas o sin haber pisado a otros.
Somos un país de soñadores, conformamos un mundo de ilusionistas, porque es lo más libre que tenemos, porque amamos la libertad, sin embargo no hacemos el uso adecuado de este bien inalienable, personal e intrínseco, pues si supiéramos usarle tendríamos más profesionistas, gobiernos integrados por burócratas sabidos y dedicados, urge tomar medidas como en el pasado cuando el consejo de ancianos o los gobernantes eran instruidos para el buen ejercicio del poder, hace falta que cuando menos esto último se llegue a hacer de inmediato.
En México, por fortuna no es presidente o gobernador o legislador, quien quiere, pues debe antes cubrirse una serie de requisitos que se establecen en los documentos, de modo que no todos pueden tener lo que aspiran, sin embargo debemos ser los ciudadanos cuidadosos para evitar dar el mando de las riendas de nuestros pueblos a aquellos o aquellas personas resentidas, sin cariño o sentido de pertenencia. Vamos siendo más los que con buenas prácticas hagamos que los sueños buenos se cumplan, que el futuro incierto tenga norte, que lo venga sea mejor, procurando en lo posible la buena vida.
Dejemos que los demás crezcan, démosle la mano al niño que hoy tiene hambre, a la niña que necesita cuidados, al anciano que no puede estar de pie una silla o al invidente a cruzar la calle, pero no lo hagamos por quedar bien o para la fotografía que en redes haga verles como una buena persona o porque se da el paso a un peldaños cercano a la gloria; por convicción, por espíritu, hay que practicarlo, porque es nuestra responsabilidad, porque debe ser nuestra naturaleza. Si de utopías habláramos, la del mundo ideal sería la que todos querríamos.
Basta de escribir buenas intenciones, de escuchar cómo lograr ser mejores o de hablar palabras bonitas, antes es menester trabajar cada día desde adentro, regalar un rostro amable, una mirada sensible y franca, extender la mano para dar y no solo para recibir, ofrecer el hombro para que se levante el caído y en medio de la solidaridad y el don de gentes, abrazarnos como lo hacen los niños después de cinco minutos de haber peleado.
Vamos a abrir los ojos, dejando un momento el ruido y la tecnología, nos hace falta desnudarnos y saber que lo único que tenemos nuestro ( y eso prestado) es la piel, la carne, los huesos y un corazón y la mente para pensar en cómo vivir mejor, como hacer el bien, como ser un buen humano. Cuando seamos más lo que pensemos y actuemos como familia valdrá la pena que la historia de esta época, en algunos siglos pueda ser contada, como los que quisimos ser y fuimos.