El camino de la vida
El camino de la vida
Arena suelta
Por Tayde González Arias
Cuando queremos encontrar respuestas, las buscamos en lo más recóndito de los lugares, lo esencial es tener claro un asunto o cosa, en la búsqueda debemos hacer uso de técnicas y métodos existentes en improvisados entre lo que se va presentando y aquello que ya existe, aplicar la ciencia que admite hipótesis que darán como resultado el nuevo conocimiento. Si deseamos comprobar o llegar a un resultado siempre es importante clarificar ideas y definir conceptos, sin embargo, suceden a nuestro alrededor una serie de acontecimientos para los que en muchas ocasiones no es fácil saber por qué suceden.
La naturaleza, el medio ambiente dejan notar en ocasiones preguntas constantes, pues en su benevolencia se encuentran campos secos y árboles o cactus con frutos, las más áridas tierras, los climas más extremos y entre la maleza dulces frutas de origen silvestre, que sin la ayuda de la mano del hombre y en exclusivo aprovechamiento de los nutrientes del suelo dan alimento a los hombres, generan semillas y se siguen reproduciendo. Hay cosas que no se han podido comprobar, temas que son en este momento producto de estudio, buscando contestar la grandeza del mundo en el que nos encontramos, y mientras se saben resultados, imperante resulta cuidar, proteger, abrazar y disfrutar cuanto tenemos.
De los pies a la cabeza el mismo ser humano es esa máquina perfecta capaz de absorber del más dulce líquido, o la comida más salina, por supuesto en estado óptimo de salud, pero incluso frente a las enfermedades qué indescriptible es el cúmulo de defensas que se alertan y se activan para evitar la muerte, para seguir en pie y para funcionar a diario, es maravilloso sin duda el número de cabellos que no han podido ser duplicados igual, y que solo cuidamos como la salud misma, hasta ver que lo perdemos.
Más allá de los malestares físicos, de la edad y del uso inadecuado del organismo, cierto es que tenemos mucho que aprender de nosotros mismos, y por supuesto de los demás y aunque se pudiera pensar que esos temas se le deberían dejar a los médicos, a la ortopedia, o al análisis, antes es importante saber que somos cada uno de nosotros los que debemos procurarnos en salud y auxiliar a los demás, logrando más que un ser, toda una comunidad sana, pues no está de más recordar que al llegar las epidemias, o en la historia, las plagas, llegaban y suceden en grupos sin que se separen clases o edades.
La convivencia entre los seres vivos, propios de una cadena alimenticia en los bosques o selvas, en polo norte o sur, más que ser declarados en zonas protegidas, deberían ser verdaderas escuelas en las que se estudie del respeto entre cada especie y de cómo siendo salvajes hay reglas y espacios que cada animal tiene y que la destructible mano del hombre siempre se aferra a alterar.
Aprenderíamos entre hombres y mujeres, si quisiéramos hacerlo, y nos enriquecería la experiencia y el estudio, facilitándonos el lenguaje y la similitud de toda la raza, y sin duda aprender de la tierra la capacidad para seguir queriendo ser el sitio en donde podemos todos vivir, y conjugar lo del grupo para poder detener el previsor desastre de nuestro mundo.
Es momento de ver la historia y reafirmar el camino, siendo responsables de nuestro espacio inmediato con todo lo que en él se encuentra, abriendo la mente y percibiendo lo que los demás nos quieren enseñar y lo que podemos aprender, seamos voluntariosos y serviciales, honestos y respetuosos en el camino que nos lleve al mundo mejor para todos, pero sobre todo en el futuro próximo o preparémonos para el eterno acabose.